
Qué visitar durante un día en San Petersburgo
No la esperas. No encuentras en ella la revolución soviética. No encuentras a simple vista rastros de Leningrado. San Petersburgo es tan imperial que ni en los sueños de quien la ideó, el zar Pedro El Grande, hubiera sido tan espectacular. Tan monárquico. San Petersburgo es una ciudad de grandes avenidas y de edificios neoclásicos enormes, de idéntica altura y estructura y de diversos colores. Sólo de manera esporádica se cuela algún edificio gris con hoz y martillo… apenas sombras.
La mejor manera de visitar San Petersburgo es hacerlo un fin de semana. En este post contamos qué visitar un día en San Petersburgo, y consejos para el segundo.
Contratar una guía facilita mucho las cosas, sobre todo para dedicar la mañana a recorrer la ciudad con alguien que cuente sus curiosidades. Contactamos con una guía, con un grupo, llamada Daria (guardamos el contacto). Nos mostró su San Petersburgo natal bajo la batuta de su girasol mientras hablaba con el acento de los rusos de las películas. San Pietiersburgo tiene 5 millionies de habitiantesss… es la ciudad más griande de Rusia diespués de Mioscú… 😉
“La gran San Petersburgo se hizo sobre el papel, bajo los trazos de un solo arquitecto”, segúncontó Daria. “A él Pedro I El Grande encargó su diseño cuando decidió formar una gran ciudad tras ganar a Suecia la Guerra del Norte”. Daria se refería al arquitecto Dominico Tresini, quien trazó las imponentes avenidas en las que más adelante el renacentista Leblond izaría muchos de sus edificios.
El zar creó una ciudad en medio de un clima hostil, en medio de un territorio pantanoso, de un cielo triste (sólo tienen 60 días de sol al año) al que quiso combatir con la imposición de colores vivos en las fachadas “para que sus habitantes no se deprimieran”.
Estaba Pedro I tan empeñado en hacer de San Petersburgo la nueva capital imperial de Rusia, al estilo de las flamantes europeas, que ofrecía inigualables salarios y condiciones para vivir en ella y prohibió construir con piedra en el resto del país obligando a que todo carro o barco que entrara llevara consigo piedra para agilizar la construcción de la urbe.
La visita a San Petersburgo la iniciamos en el muelle de las Esfínges egipcias que guardan la ciudad junto al río Neva (originarias del templo de Tebas del faraón Amenhotep III). El agua es protagonista en esta ciudad, llena de canales sobre los que hay hasta 22 puentes, 14 levadizos , que se levantan a la una y media de la madrugada permaneciendo así hasta las 5 (menos en invierno, que al estar los ríos congelados no hace falta izarlos porque los grandes navíos no pueden navegar).

Próximo al muelle está el palacio de Pedro III, reconvertido en la facultad estatal de Filología. Tras un corto trayecto en autobús se ve el viejo astillero amarillo, hoy escuela Naval, y la gran catedral ortodoxa de estilo católico, que fue sede del Museo de Ateísmo durante la Revolución, Nuestra Señora de Kazan.
Está llena de iconos, cuadros con imágenes de Vírgenes y santos y a su alrededor un montón de beatas con la cabeza cubierta se reverencian al llegar a ellas varias veces antes de acercar sus rostros tan cerca que parece que les rezan al oído.
Hay también muchas mujeres de negro riguroso, menos los pañuelos de sus cabezas, que arrodilladas sacan lustro enérgicamente al bronce de las peanas que soportan imágenes o velas finísimas como cerillas.
Al fondo a la derecha llegamos a una cruz y junto a ella nos topamos con tres inesperadas urnas. En una,estaba lo que supuestamente es trozo de la corona de espinas de Jesús. En otra, un trozo de la madera de la cruz (dicen que si se unieran todas las partes diseminadas por el mundo podría construirse una catedral); y por último, lo más asombroso, en una vitrina la sábana Santa de Turín (o al menos su réplica).
Inmersos en el mundo religioso continuamos hacia la Catedral de San Nicolás. Por el camino Daría nos explicó la principal diferencia que hay, según ella, entre las religiones católica y ortodoxa. “Nuestra Navidad es el 7 de enero y nuestra Pascua dura dos semanas y no veneramos la Cruz sino las imágenes”. Así dicho no suena muy diferente.
Las cúpulas de cebolla de la catedral de san Nicolás son azul celeste. La iglesia está junto a un parque y su campanario está separado del edificio principal a unos 20 pasos. El interior pequeño, aunque también es denominada catedral, al igual que todas las demás que cuentan con un púlpito.
Un joven ruso, también vestido de negro, vigila en el interior que no se hagan fotos y no se corta en echar a quien incumple la norma. Ojo, en verano no se permite entrar a mujeres con tirantes u hombres en pantalones cortos.

Tras pasar de largo por la única sinagoga de San Petersburgo (abierta al público) y hacer lo propio en el puente de los besos sobre el río Moika, para garantizar el amor eterno, fuimos a la catedral de San Isaac, la más grande de la ciudad. Desde los años 30 es un museo y puedes visitar incluso su cúpula.
Junto a la plaza de San Isaac hay un muelle del que parten barcos para seguir recorriendo la ciudad por sus canales. En nuestra visita incluimos una hora en uno de los barcos y fue un acierto porque ves la ciudad desde otra perspectiva.

Aunque dicen que en San Petersburgo solo hay sol 60 días, empeorando la humedad que alcanza el 80%, disfrutamos de un paseo muy agradable con un solazo que nos permitió ir en la cubierta exterior. Desde ella vimos imponentes edificios, la mayoría rehabilitados.
La corte entera se trasladó a la ciudad y por ello abundan palacios y pisos enormes construidos para los futuros habitantes. Tenían hasta 10 habitaciones, muchos construidos durante el mandato de la hija de Pedro El Grande, Isabel, adicta a la opulencia y lo barroco según nuestra guía. Cuando en San Petersburgo despertó la revolución rusa, los nuevos gobernantes, bolcheviques, convirtieron los pisazos en miniapartamentos de una habitación cada uno. Al contarlo recordamos la película Spanski, buenísima.

Desde el barco vimos la estatua más pequeña de San Petersburgo, la del jilgero de 11 centímetros,el Palacio de Invierno, y atravesamos casi a ras del cogote los puentes de hierro de colores. El motivo de sus colores era para facilitar a la gente que no sabía leer el poder guiarse por la ciudad. “Cerca del puente verde, del puente rojo…”.
Las excursiones en barco duran más o menos una hora. Cuando bajamos, fuimos a la plaza de San Nicolás, que la preside sobre un caballo que se sostiene solo sobre dos patas traseras y que no significa nada. Continúa leyendo «Qué visitar durante un día en San Petersburgo»