Qué hacer en Viena entre 3 y 5 días Cultura, Copas y Amigos

Terraza del bar de Alberto en VienaViena es una ciudad para tomártela con calma. Bella, civilizada, limpia, respira una atmósfera cultural envidiable. Estas son las rutas imprescindibles que realizamos en ella y algunos de sus museos, quizá menos populares pero muy interesantes: el de Historia Natural con sus dinosaurios «vivientes» y el de las armaduras de soldados de  mil guerras.

Llegada y Primer Día en Viena: Schönbrunn & Sissi

Habíamos llegado la noche del lunes tras un viaje en avión desde Madrid. Esta vez no fuimos a un hotel, pues nos alojamos en la casa de nuestro amigo Alberto, a quien muchos conocieron tras el programa «Españoles por el Mundo«, barman del pub más «cool» de la capital austriaca (del que más tarde hablaremos porque es alucinante tomarte una copa viendo los tejados de Viena cambiando de color al anochecer).

Del aeropuerto a Viena fuimos en un tren de cercanías. Hay dos: uno para «turistas» que cuesta 15 euros y otro que conocen los residentes y que es para todo el mundo – sale del andén de enfrente en la estación del aeropuerto- que cuesta 3,50 euros. Cogimos este último y llegamos apenas 5 minutos después del caro al centro (la única diferencia con el tren caro es que hace algunas paradas y se llena hasta arriba si coincides con un regreso de vacaciones de los vieneses).

El tren de cercanías deja en la estación central de Viena, que enlaza al Metro. A diferencia de Madrid allí no hay barreras para entrar libremente. Accedes a los andenes y subes sin problema a los vagones y puedes salir igual. Pese a la facilidad para “colarse”, los vieneses compran sus bonos y pasan el ticket en las máquinas de entrada. Dicen que las multas son caras si te pilla un revisor, pero creemos que lo hacen simplemente porque tienen respeto por lo ajeno y por lo común. No vimos ningún revisor en los días que estuvimos allí.

El metro además es barato. Más barato que Madrid con bonos. Compramos uno semanal con el que puedes subir y bajar tantas veces como quieras. Otra diferencia del metro vienés es que permite que viajen perros (con bozal) y se llena de bicicletas (vehículo con el que se desplazan por toda la ciudad). Como curiosidad: el color de casi todas las estaciones: verde azulado setentero, como algunos tejados y edificios.

En metro llegamos hasta la casa de nuestro amigo en la zona noroeste. Nos recibió su amigo Jorge, dejamos las maletas y bajamos a cenar a un restaurante que vimos en el trayecto al que volveríamos, Good Morning Vietnam. Un vietnamita con comida riquísima, decoración chic y camareras asiáticas vestidas muy Zen (algo caro).

El color de VienaA la mañana siguiente partimos a las 10 horas al Palacio de Sissi, Shönbrunn, cuyo nombre recuerda a un manantial del lugar. Probablemente se pueda comprar por Internet el ticket, pero no lo hicimos y nos «comimos» la cola de 20 minutos para adquirir el «Classic Pass» que costaba 18,50 euros por persona. También podías adquirir tickets en máquinas expendedoras más rápidas, pero solo para la modalidad «Gran Tour», por 14,50 euros y el «Imperial».

Con nuestras entradas podías ver el palacio y acceder a los jardines de la emperatriz (con su enigmático laberinto). Parte de los jardines son de acceso gratuito y entre los turistas ves pasar haciendo ejercicio a los vieneses raudos y veloces frente a los arcos neoclásicos de Ferdinand Von Hohenberg que coronan la colina tras el palacio, o la fuente de Neptuno.

Ya con los tickets tomamos un cafecito en el mismo recinto donde vendían las entradas. La visita llevaría toda la mañana y había que coger energía. El café allí es intenso y aromatizado, no es caro y lo sirven (en todas las cafeterías) acompañado con un vaso de agua (idea que animamos a copiar). Tampoco pierden el tiempo yendo y viniendo a por el cambio. Los camareros van con unas riñoneras-monederos con cambio para dártelo directamente.

Lo dicho, tras el café, accedimos al inmenso parque de la entrada. No hacía falta imaginar a los carruajes llegando hasta la puerta porque los había. Puedes contratar paseos que te llevan por los senderos por donde imaginamos que se perdería la bella emperatriz.

Palacio de SissiAccedimos al interior del palacio por amplias escalinatas y con audio-guías que relatan su historia. “Los Habsburgo tenían un palacio de verano que fue destruido por los otomanos…”. Tras vencer a los turcos, los herederos construyeron en el lugar otro palacete para la caza que terminó convertido en el flamante Shönbrunn….

Hablando de la “reconquista”, dicen que el croissant se inventó en Viena para recordar la táctica envolvente que les brindó la victoria contra los otomanos en 1638 gracias a los panaderos locales y sus madrugones…

En el palacio nació y murió Francisco José, el marido de la bella Sissi que sería bella pero no tan dulce como narran libros de infancia y largometrajes. La primera habitación que se ve es la sala de guardia: Blancas paredes y oro con alfombra roja contrastan con el atavío de los soldados. “Aquí se apostaba la guardia de Francisco José, calentándose con estufas de cerámica…”. La siguiente habitación es la sala de Espera. “Dos veces por semana recibía audiencia el emperador”. Debía ser un buen hombre. Para sus guardias y para la gente que aguardaba cita dispuso un billar en la sala para que se entretuvieran.

palacio vienaEn ella, aparte de la mesa de juego, es fácil meterte en la época a través de grandes lienzos que muestran una celebración, un enorme banquete con los hombres uniformados de gala, las mujeres con esplendorosos trajes y el apuesto monarca saliendo con cierto aire melancólico al jardín acompañado de su guardia.

Llega después el sobrio despacho donde recibía el rey. Todo con madera de Nogal, “la buena”, que dice mi abuela, y en ella el busto del señor que pone la banda sonora a la visita, Radelzky. La omnipresente Sissi va apareciendo en retratos junto a otras mujeres y familiares en la habitación masculina de un emperador que empezaba sus jornadas a las cinco de la mañana. Lo escucho y me viene a la mente Jordi Pujol. Si, no tiene nada que ver, pero de pronto me viene a la cabeza una entrevista hecha en los 90 al político de la transición donde decía que se levantaba a esa hora cada día.

La locución continúa mientras regreso al mundo de Francisco José. De sus pérdidas: Una hija de dos años, un hermano muerto por los revolucionarios (Maximiliano, el emperador de Méjico), un hijo suicidado y la bella emperatriz, por manos de un anarquista. Él falleció en la cama con más de 80 años.

Tras sus aposentos llega el tocador de su amada Sissi. Un maniquí vestido con su ropa la muestra con un pelo que se prolonga más allá del culo. Da por pensar si no lo haría para taparlo dada su obsesión con el peso. No habíamos visto en ninguna habitación palaciega un peso pero aquí hay uno. En él Sissi comprobaba sus kilos a diario. La grabación cuenta también que no iba a banquetes familiares, con hasta 6 platos cada uno, para guardar su sublime figura. También cuentan que al casarse con 16 años al final de su vida dijo que a esas edades uno se compromete en una institución como el matrimonio de la que luego se arrepiente durante 30 años. Claro, que también relatan lo mal que se lo hizo pasar la “suegra”. De la Archiduquesa Sissí llegó a decir que “hacía de la cosa más insignificante una cuestión de estado”.

La gran galería llega después a ritmo de vals, justo antes de acabar la visita interior en la sala donde abdicó el último Habsburgo tras 600 años de dinastía. Un habitáculo oscuro decorado con papel asiático.

Laberinto de SissiLa luminosidad y amplitud de los jardines del palacio se despliega tras rodear el palacio. Bosques, verdes enredaderas, amarillo tulipán, flores de mil colores… y el laberinto.

Los niños se lo pasan en grande en un gran laberinto cuyos pasadizos llevan a bancos para declarar amor eterno, árboles centenarios y dos moles de piedra denominadas “Harmoniesteine”, realizadas por un maestro fenshui en el 99, que dicen servir para que absorbas tu armonía o la de tu compañero (dependiendo de la piedra que abraces).

Tras pasar la mañana en el palacio fuimos a comer algo al centro de Viena. Fuimos directos a la zona próxima a la catedral de San Esteban, donde reposan muchos miembros de la familia Habsburgo y cuya mayor característica es su tejado cubierto por unos 250.000 azulejos (que fueron restaurados tras la II Guerra Mundial). En los alrededores de la catedral hay miles de turistas y también gente vestida de músicos de épocas antiguas vendiendo entradas para ver la Opera de Viena. No compramos ninguna porque nos recomendaron reservar directamente la visita en español que solo es un día a la semana… (hablaremos más tarde).

Comimos en una terraza para turistas degustando algunos platos típicos a base de salchichas y carne y luego nos fuimos a recorrer la ciudad con nuestro amigo Alberto. Nos enseñó el Hofburg, el conjunto de edificios donde hay varios museos, la famosa biblioteca nacional y la Escuela de Invierno de Equitación. Nos dejamos llevar también por la Viena del distrito del Ayuntamiento, la Ringstrasse, donde hay dos edificios magníficos que exponen colecciones de arte, historia y ciencias naturales… dándonos una idea de lo que querríamos ver al día siguiente.

Ayuntamiento de VienaDIA 2. Viena Imperial y dinosaurios

La segunda mañana en Viena la utilizamos para pasear por la ciudad hasta llegar al Museo de Historia Natural en el edificio gemelo al Kinsthistoriches. Con un mapa fuimos en dirección a la Catedral, el epicentro de Viena, desviándonos ligeramente del camino cuando nos encontrábamos con algo que llamaba nuestra atención.

Fue el caso de una iglesia protestante de cúpulas ortodoxas azabaches cuyo nombre no recordamos pero que homenajeaba en su fachada a los músicos Ludwig Van Beethoven (quien murió en Viena) y Schubert (también vienés). Paramos en algún sitio más hasta llegar al Museo de Historia Natural.

Por primera vez pasamos de la historia y el arte de la humanidad para meternos de lleno en el mundo animal, topándonos al tiempo con nuestra propia historia.

dinosaurio
Dinosaurio que cobra vida en el museo de Historia natural de Viena

Estatua de la FertilidadOs avanzaremos que nos tiramos más de tres horas en este museo que gusta a todas las edades. Fue inaugurado en 1889 y su decoración interior, sobre todo al principio, parece un palacio. Después te encuentras con gigantescas vitrinas dedicadas a la arqueología, la antropología, mineralogía… y ecología. El museo, recien remodelado, no solo muestra la evolución de los animales y el hombre, sino también la brutalidad que éste ha provocado en la extinción de aves, mamíferos y especies vegetales. Aquí podéis leer todo sobre el museo.

Emocionados tras la visita y concienciados de no tomar chucherías ni nada que se haga con aceite de Palma, que destruye selvas y bosques y especies, nos fuimos a comer al Japonés de comida rápida de Miguel, el ya excompañero de piso de nuestro amigo Alberto, que se casaba con la restauradora de armaduras de uno de los museos de Viena.

Allí lo del sushi es como aquí el Kebab y se toma sin gran ceremonial en lugares que también te lo ponen para llevar. Tras la comida rápida, nos dirigimos a la zona más antigua.

Vimos el famoso reloj de Viena «Ankeruhr», en la Hoher Markt (donde se montaban los mercados y las ejecuciones), y esperamos a que la hora moviera a alguno de sus doce personajes. Después, tomamos un helado en la heladería más conocida de la zona (está al lado pero no recordamos el nombre, aunque era inmensa, con terraza y varias plantas); y nos metimos en el Museo Romano que hay en la plaza.

 museo romano vienaTambién Viena fue romana. Se llamaba Vindobona y era el campamento de otra ciudad llamada Carnutum. El campamento tenía 6.000 soldados y monumentales construcciones que lo hacían parecer una gran ciudad. Su población local era celta y se convirtió en municipio al final del tercer siglo A.C después de que fuera utilizada por los militares. Los «cuarteles» fueron re adaptados a las necesidades civiles y terminaron construyendo una ciudad de paz con acueducto y todo. El museo, en todo caso, no merece la pena sobre todo si se visita la zona de arqueología del Museo de Historia, al que iríamos al día siguiente.

Tras los romanos nos fuimos a ver la catedral. Se puede visitar a diario a las 17, las 18 y las 19 horas. El resto del tiempo solo para el rezo y de forma parcial dejándote ver el fondo a través de rejas.

Catedral de VienaPara reponer fuerzas nos tomamos una Theressianer Vienna en un bar cercano con un vino de Sudáfrica que sabía a rayos y nos fuimos a recorrer las calles estrechas del casco antiguo vienés. La Domgasse, la Figarohaus, donde vivió Mozart ahora reconvertido en museo, la JesuitenKirche y vimos los «Blutgasse», los patios típicos de la zona. Fue entrando en uno de esos patios, curioseando, cuando dimos con una especie de cripta donde había un montón de gente bebiendo vino. Uno de ellos nos preguntó de dónde éramos y al decir que éramos españoles nos invitaron a degustar con ellos los vinos.

Cata de vinos en el centro de VienaAsí nos apuntamos a una cata de las bodegas Weingut Himmelbauer, muy logradas, tanto en tinto como en blanco. Tras el terrible caldo sudafricano poder probar buen vino fue una redención. Agradecimos muchísimo la invitación, nos quedamos con el nombre para recomendarlo, y regresamos a casa exhaustos.

Tercer día en Viena. Visita al Palacio Belbedere y copas en el cielo vienés

Palacio Belvedere

MesserschmidtNuestro última jornada en Viena la aprovechamos para visitar, a primera hora, el Palacio Belvedere. Desde él hay unas vistas estupendas de la ciudad, resaltando las cúpulas de las iglesias sobre el resto de los edificios. El palacio no es como uno al uso, sino un museo de arte austriaco. En sus salas puedes ir viendo cuadros desde el barroco hasta el modernismo, incluyendo en el repertorio al famoso Beso de Klimt.

Nos sorprendió especialmente una sala llena de bustos de lo más curiosos. Reflejaban un amplio abanico de estados de humor y muchos parecían payasos. Se trataba del estudio de Franz Xaver Messerschmidt.

Los cuadros de artistas más famosos están en el alto Belvedere. Los más actuales están en las dependencias del Bajo Belvedere. Allí descubrimos un artista que ilustró como nadie la I Guerra Mundial Albin Egger Lienz.

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Cuadro de Albin Egger Lienz.

Tras el Belvedere continuamos andando por la ciudad en dirección a la Opera. Nos habían dicho que era el día en que se realizaban las visitas en castellano y teníamos que estar a las 12 para no perdernos el recorrido de uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad.

la óperaNuestro gozo, en un pozo. Aconsejamos pasar por la Oficina de Turismo el primer día para cerciorarse de los horarios. Estrenaban una ópera y ese día se había cancelado la visita para ensayos. Además, tampoco podíamos ver la ópera porque costaba un ojo de la cara y parte del otro… También queda la opción de verlo gratis de pie o a precio muy barato si se pide con antelación y uno está como tres horas antes en la ópera. Algo que a nosotros no nos cuadró.

comida austriacaPreferimos seguir andando y descubriendo otros rincones de la ciudad, parando de cuando en cuando a degustar sus estupendas cervezas. Así dimos con un restaurante muy recomendable. Comida Austriaca de verdad y un restaurante con una decoración de lo más tirolesa.  Os dejamos un par de fotos. El restaurante se llamaba Müllerbeisl y está en la calle Seilerstätte, 15. (Por 50 euros comimos los dos como reyes).

museo armadurasBajamos la copiosa comida regresando al centro de Viena y sentándonos un ratito sobre el césped de un amplio parque ubicado a la entrada del Museo de Armaduras, en un flanco del museo de Historia de Viena. Repuestos, fuimos a ver el museo en el que trabajan dos amigos españoles en el área de restauración.

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Es increíble la cantidad de armaduras que había, así como de uniformes con los que engalanaban a los caballos. También es gracioso comprobar la diferencia de tamaño entre los soldados germanos y los españoles. Tras ver varias salas, bajamos también a la parte de Museo Arqueológico donde hay más restos de la antigua Viena romana.

El museo lo cerraban a las seis de la tarde y a esa hora rematamos el día visitando a nuestro a querido Alberto en su «Loft». Es una pasada pero ya avisamos que no dejan pasar en zapatillas. Hay que ir más o menos bien vestido, más más que menos porque si no te quedas en la puerta.

El «Loft» está en el ático del edificio más alto de la ciudad, junto al río, desde el que se divisa entera. Es fabuloso ver anochecer desde ahí. Sirven cenas y cócteles. Los precios están acorde con el nivelón del local, pero merece la pena tomarse algo y despedirse de la ciudad -y nosotros de nuestro amigo- por todo lo alto.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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