Un día en Copenhague: la ciudad de la Sirenita

La bella y civilizada Copenhague es una ciudad para pasar como poco un fin de semana, pero si solo puede disfrutarse un día, hay estar preparado para una intensa jornada y proveerse de calzado cómodo.

La visita a Copenhague la hicimos en una parada con el crucero por el Báltico. Las grandes compañías ofrecen excursiones guiadas a la ciudad, pero no merecen la pena y la hicimos por libre.

Los cruceros atracan bastante alejados del centro. Para llegar a él puede reservarse el servicio de transporte ida y vuelta del barco, si lo ofrece (el nuestro cobraba por ello 10 euros), o coger a 5 minutos andando de donde deja el crucero el autobús público. De los muelles sale el número 27 (y el 25 si se pilla), su billete cuesta 4 euros (que permiten pagar en esta divisa o en coronas danesas) y el final de su recorrido, en la parada llamada Osterport deja a cinco minutos de la famosa Sirenita de Copenhague.

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Paseo por los jardines del Kastellet

Esta última parada te deja literalmente frente a una de las entradas del precioso parque del Kastellet. Pasear por él da gusto, aunque te sientes un poco fofo viendo a tu alrededor tanta gente haciendo running. En un minutos ves las escaleras de otra salida del parque que da al canal, donde está la Sirenita.

sirenitaLocalizarla es fácil. Sigue a la gente. Por tierra y por mar –en barcas turísticas- los turistas buscan la pequeña figura inspirada en el cuento de Hans Christian Andersen, convertida en icono de la ciudad.

Dicen que su rostro es el de una bailarina y su cuerpo, el de la mujer de Edgard Eriksen, el escultor que la hizo inmortal en bronce hace más de 90 años (se colocó en 1913). Nosotros la fotografiamos y nos deleitamos un rato contemplándola sentados en un banco mientras tomábamos un par de cafés buenísimos servidos por una jovencita que regentaba un coqueto vehículo-cafetería…

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La ruta prosigue regresando al parque para entrar en el Kastellet. Se trata de una vieja fortaleza en forma de estrella, construida en el siglo XVII, a la que se accede por un idílico puente que parece sacado de un cuadro.

Entrada al Kastellet
Entrada al Kastellet
Kastelkirken
Kastelkirken

Dentro del recinto hay varios cuarteles de color rojo –en un edificio blanco, entrando a la derecha, hay unos impolutos baños públicos- y al final te topas con una iglesia de madera, la Kastelkirken.

Su interior nos recordó a las viejas iglesias protestantes de Boston. Muy blanca, con grandes ventanales y con las bancadas separadas como si fueran parcelitas, disponiendo así el espacio para el rezo para cada familia. Nada más entrar hay apiladas biblias que entrega el párroco a los fieles. A nosotros nos invitó a dejar el templo tras verlo debido a que estaba aguardando una boda. El novio era militar y al llegar sus compañeros, en uniforme, les hicieron un pasillo, aunque cuando fueron a recorrerlo uno bajó el sable impidiendo el paso mientras un soldado daba un toquecito en el culo a la novia provocando las sonrisas fanfarronas de los presentes.

kastellet_molinoJunto a la iglesia, subiendo por una cuestecita verde, hay un campito despejado. Toda la zona de cuartel con iglesia incluida parece de hecho estar oculta en una gran hendidura de un mini valle sorprendiendo al caminante en su parte superior un vistoso molino rojo. Éste recuerda cómo el fortín se hizo pensando en que fuera autosuficiente en caso de asedio.

Un par de minutos andando otro gran socavón descubre un edificio que nos pasó desapercibido en la parte inferior del “kastellet”. Es la vieja prisión del cuartel. Si se pide permiso con antelación pueden concertarse visitas a su interior. Nosotros dimos con un grupo que entraba y que nos permitió unirnos un breve momento.

kastellet_3La prisión es pequeña y oscura, tiene dos celdas con muñecos simulando cómo era en realidad y paneles que explican las perrerías que hacían a los presos como castigo.

La salida del Kastellet la realizamos por el lado contrario a la entrada. Allí está la estatua de un soldado y, a la izquierda, el parque donde estuvo el Museo de la Resistencia y Saint Albans Church, la única iglesia anglicana de Copenhague.

El parque tiene curiosas esculturas, y en él estaba el museo nacional de la Resistencia danesa entre 1940 y 1945, hasta que fue destruido en 2013 por un gran incendio. Los daneses lograron salvar todo su interior y proyectan reconstruirlo. Hasta entonces, han creado este parque de esculturas.

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El parque da entrada a la iglesia de Saint Albans, cuyo acceso es gratis y la cual organiza, algunos sábados, rastrillos solidarios donde encuentras hasta británicos vestidos de época.

La iglesia de Saint Albans cuando la visitamos el 22 de agosto de 2015
La iglesia de Saint Albans cuando la visitamos el 22 de agosto de 2015

Junto a la iglesia también hay una llamativa fuente llamada, Gefion (la más grande de Copenhague) que fue donada a la ciudad por la Fundación Carlsberg con motivo del 50 aniversario de su fábrica de cerveza, a principios del siglo XX. El proyecto lo hizo el danés Anders Bundgaard y representa una fábula escandinava que cuenta cómo nació una isla danesa.

A unos metros de la fuente está Amelle Gate para ir al Amalienborg Palace, pero nosotros optamos por Briedgate, su paralela, para visitar el Museo del Diseño de Dinamarca.

La entrada cuesta 100 coronas y este 2015 tiene una galería dedicada al diseño danés para mobiliario y vestuario infantil, juegos y espacios deportivos.

El museo expone muebles, vajillas, carteles, telas y ropa y entre sus objetos no falta el diseño de la botella de Carlsberg (la cerveza nacional), un zapato Camper (diseño hispano-danés),y otros elementos de diseño industrial de gente como Poul Henningsen, Kaaretklint o Arne Jacobsen. El museo tiene cafetería pero si apetece tomarse algo tras la visita recomendamos un local del número 45 de Greggada, Mormors. Parece un museo de objetos cotidianos daneses de la época de las abuelas (el nombre del bar, en danés, significa eso).

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Un poco más adelante se llega a un cruce. A un lado hay una iglesia que parece la de San Pedro del Vaticano. Se llama Marmokirken y se inspiró en la italiana.
Por dentro no la vimos, ya que también había una boda y por ello estaba cerrada al público. Eso sí… ¡¡vimos a la novia!!

Al otro lado del cruce divisas la plaza del palacio de Amalienborg, donde es típico ver, cada día a las 12, el cambio de guardia.

Hay tantos guardias y puertas, que el cambio dura hasta casi las doce y media. Cuentan que a veces, si está la reina, sale a verla, pues es el palacio en el que vive la familia real (cuya presencia o ausencia en el hogar se comprueba en función de si la bandera está o no izada).

En el cambio de guardia se ven soldados con gorros de piel de oso que parecen estatuas, inmóviles durante 30 minutos. Frente a donde se colocan está la entrada a la parte del palacio que puede ser visitado.

Puede adquirirse una entrada “doble” que hace más económico si quiere visitarse también el castillo de Rosenborg, una chulada. El pase para ambos palacios cuesta 130 coronas.

La parte del palacio Amalienborg que se visita son las estancias reales que se usaban hasta la década de los 50 y es muy interesante. La verdad, es como colarse en las crónicas del «Hola» de la época, llenas de fotos y de objetos personales de la familia. Llama la atención la afición por coleccionar pipas del rey y la de estar rodeada de retratos de la familia de la reina. Al final de la visita hay también una foto tamaño pared enorme de la última boda real, donde vemos rostros conocidos de la actualidad, como los de la familia real española o la noruega con sus nuevas «princesas» modernas -algunas ya «soberanas».

Tras el palacio la siguiente parada no es Rosenborg, sino el famoso Nyhavn o «muelle nuevo». Es la postal más típica de Copenhague junto a la Sirenita. Se trata de un canal lleno de casas de colores, restaurantes, veleros y minicruceros. Data de 1671 y en los números 18, 20 y 67 vivió Christian Andersen, quien no me extraña que se inspirase en ese entorno, donde encontramos hasta un «barco-faro».

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CharlottenborgDesde aquí se puede entrar a Charlottenborg, un palacete convertido en uno de los mayores espacios dedicados al Arte Contemporáneo de Europa. Durante todo el año organiza eventos y exposiciones. Al coincidir con la Semana del Arte, disfrutamos con el ambiente que había en sus jardines, donde había montados chiringuitos muy molones, y curioseamos en lo que parecía una cuadra donde se impartía una charla sobre arquitectura de acceso libre.

Por Helbergsgate la ruta prosigue, viendo el Teatro Real y, subiendo por Niels Jules Gate, se llega a la zona comercial. La marcha da ganas de refrescar el gaznate así que quien lo desee puede hacerlo en Togavinstue, ubicado en Store Kirkestade, donde dos pintas cuestan 60 coronas. Además, está muy cerca de donde se encuentra la estatua del fundador de la ciudad.

Tomando rumbo a Christianborg Palace se disfruta del ambiente de la cívica Copenhague y de sus cuidados edificios. Nosotros, además, tuvimos la suerte de toparnos con una agradable sorpresa. Una joven cantando en medio de una plaza a la que compramos un CD y que nos encantó. Se recorre Europa cantando de ciudad en ciudad, por lo que desde aquí lanzamos el guante a algún productor que quiera ficharla. Es un placer escucharla… Os presentamos a Sara Katona-Peyk

https://soundcloud.com/sarach-4/did-you-ever-love-anyone

Antes de entrar al Christiansborg (parlamento danés), podemos ver el palacio que es la Bolsa, con una interesante su cúpula de dragones puntiaguda. En el recinto del Christiansborg vimos la biblioteca y entramos en la entrada del parlamento, pero no llegamos a ver por dentro el palacio por falta de tiempo. (Aunque no se visite se puede entrar en el aseo).

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Con la visión del Tivoli, el parque de atracciones más antiguo de Copenhague, cerca, se puede tomar rumbo a Rosenborg Castle. Con un mapa (los entregan gratis en muchos puntos de la ciudad, incluido un punto de información próximo al muelle de los cruceros) es fácil guiarse y ver, de camino, la «Torre Redonda» y otros edificios curiosos, hasta que se abre la visión de los grandes jardines reales con su castillo al fondo.Rosenborng_palacio

La visita al castillo de Rosenborg fue más rápida de lo que nos hubiera gustado porque íbamos con el tiempo justo, pero aún así, lo disfrutamos un montón. La visita realmente merece la pena. Sus estancias son más pequeñas que otros palacios, quizá para mantener más calientes las habitaciones en este lugar de clima difícil. Como curiosidad, el castillo fue construido según los planos realizados por el rey que lo encargó como casa de verano, Christian IV, extramuros de la ciudad. Este rey no sólo vivió gran parte de su vida en él, sino que falleció en este palacio con bellos tapices y frescos.

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El último rey que lo utilizó fue en el siglo XVIII Frederik IV, tras lo cual fue abandonado cuando se construyó el castillo de Frederiksberg. Rosenborg fue utilizado entonces solo para algunos actos oficiales y ya después, como «trastero real». Un «desván» de riquezas que los daneses abrieron al público como museo en 1838, acondicionando las salas y convirtiéndose en un innovador museo por la disposición cronológica que realizaron de sus bienes. Puede recorrerse el museo con guías o con un plano en la que en diferentes idiomas se relata cada estilo y época de las salas.

Para regresar al barco (con el tiempo ajustado al máximo) fuimos hacia la Noreport Station, a 5 minutos andando, para coger un taxi. El taxi puede pagarse con tarjeta y el precio rondó los 20 euros.

Mapa de Copenhague
Mapa de Copenhague

 

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