Llegar a Estocolmo en crucero no se olvida. El barco aminora su marcha en cuanto se mete entre la multitud de islas de pequeño tamaño que preceden al punto de la costa donde se encuentra la capital de Suecia. El agua parece un espejo. Apenas inmóvil, la mirada se queda navegando entre pensando qué personas habitarán en esos lugares. Quién será el dueño de esa pequeña barca como dibujada en una islita perdida.
Tras una hora viendo amanecer sorteando las islas y bordeando la costa, Estocolmo surge y rodea el barco, pues también la ciudad está formada por islas. Los muelles donde atracan los grandes cruceros están a unos diez minutos andando de la ciudad. Antes hay una parada de taxis. A ella nos dirigimos para empezar nuestra excursión -independiente– .

La primera parada fue el museo del imponente Vasa, único pecio del siglo XVII extraído del mar que ha sobrevivido hasta nuestros días. En el puerto varios carteles te informan de que los taxis en Estocolmo tienen tarifas libres y te indican el precio aproximado que cuesta una carrera de 15 minutos. A nosotros al museo nos salió algo caro ya que fuimos en un taxi de seis plazas (unos 30 euros -300 coronas, que pagamos con tarjeta, como todo en esta ciudad). La verdad, mereció la pena llegar a las 9 horas. Salvo un grupo de turistas, no había nadie (a la salida había colas de autobuses para entrar). En recepción nos dieron la clave del wifi para usar una aplicación que cuenta en tu idioma historias del barco. Cómo terminó hundido, cómo fue extraído del mar; cómo se mantiene fuera del mismo (han tenido que cambiar todo lo que era de hierro por aluminio e instalar sensores para calcular cuánto se mueve su madera…).
Nadie espera lo que hay en el museo (la entrada: 130 coronas). Abres la puerta y ahí está. Sin preliminares. Un buque de guerra enorme frente a ti de tres palos, 52 metros de la punta del palo mayor a la quilla y 69 metros de proa a popa y peso de 1.200 toneladas. El navío de guerra más impresionante que se construyó en la época por orden del rey de Suecia Gustavo Adolfo II, y que se hundió el mismo día que zarpó por primera vez del puerto de Estocolmo, siendo descubierto por un grupo de buceadores en 1920. Durante la visita descubres las hipótesis de lo que pasó, puedes jugártela en un simulador a ser su capitán y conoces algo a su tripulación.
Casi todos los muertos son anónimos pero sus esqueletos les han hecho inmortales y famosos. Los científicos han rebautizado a algunos como Johan, Gustav o Beata, escribiendo con sus huesos lo que fueron sus vidas y recreando de forma realísima sus bustos.
El Vasa está en la isla de Djurgarden, que está llena de museos. Hay de todas clases. Desde un museo de bebidas alcohólicas (spritmuseum), a uno de ABBA, el de biología, el de Pipi Calzas Largas (la entrada cuesta más que el Vasa) y el Nordiska museet. Hicimos una foto fuera del mismo y marchamos andando cruzando el puente por la avenida Narvavägen. En diez minutos llegamos al Museo de Historia Sueca, perfecto para los amantes de los Vikingos.
La entrada cuesta 100 coronas, más una audioguía 25 coronas más, puedes ver el tesoro de oro del reino,y lo más interesante: sus salas pasando de prehistoria hasta los vikingos. El museo te hace un recorrido fantástico de la historia del país con elementos que hacen más divertida la visita para niños y mayores como es poder probarte cascos vikingos y otros elementos similares. La parte dedicada a los vikingos, fantástica. Nos extrañó no ver apenas nadie en el museo y tras recorrerlo durante otra hora larga nos fuimos a reponer fuerzas.
La siguiente parada: un mercado llamado Saluhall (Östermalms Saluhall) abierto en 1888, es como un Mercado de San Miguel de Madrid pero al estilo escandinavo, con algún alce disecado y todo en algún puesto. Se puede almorzar platos cocinados de la cocina sueca e internacional, tomarte una cerveza o comprar algún producto (algo que nos quedamos con las ganas de hacer pero nos contuvimos al estar prohibido, supuestamente, subir alimentos al barco).
De ahí fuimos caminando hacia el Ayuntamiento de Estocolmo. Por el camino vimos por fuera el Museo de Armas, el Museo de la Música, las antiguas caballerías reales y una sucesión de edificios preciosos. La verdad es que el paseo fue estupendo (unos 40 minutos incluidas paradas para fotos).

El Ayuntamiento se llama «Stadshuset» (que viene a significar «la casa de la ciudad).
El Ayuntamiento es famoso porque es el lugar donde se celebra la fiesta de gala de los premios Nobel. El edificio es enorme, construido con ocho millones de ladrillos y una torre de 106 metros con el escudo de armas sueco en la parte superior, y alguna imagen que nos recordó a San Jorge. En su interior hay salas de exposición que pueden visitarse, pero son guiadas y duran 45 minutos. No apto para ir con prisas con la mañana avanzada y mucho aún por ver. (De mayo a septiembre se puede visitar la Torre del Ayuntamiento, desde donde hay vistas estupendas de Estocolmo).
Las vistas también son formidables en su muelle. Junto a él salen barcos que te recorren las islas. Los vimos de pasada hacia la próxima parada, en otra caminata de panorámicas fabulosas.
Caminamos hacia la isla Gamla Stan, la más antigua y más bonita de Estocolmo, donde está el Palacio Real, el Parlamento, la Catedral, la isla de los caballeros (Riddarholmen), la torre redonda y un montón de bares y comercios de souvenirs.
El paseo también es fabuloso, y vas descubriendo otra parte mucho más imponente de Estocolmo. Tras cruzar un puente entramos en la ciudad antigua por en medio del Parlamento para toparnos de frente con el Palacio Real que estaba casualmente con el cambio de guardia.
Siguiendo a los guardias llegamos a la plaza Mayor de Estocolmo, Stortorget. Desde ese momento nuestro ritmo frenético cesó. Elegimos una de las terrazas con mejores vistas de la plaza y nos sentamos a tomar una fresca Eriksberg, la cerveza nacional, mientras veíamos a un montón de turistas rellenando sus botellas de agua en la fuente que está en medio de la plaza. Al otro lado de ella teníamos el edificio donde se celebra la entrega de los Premios Nobel. En su interior hay una exposición, pero no nos dio tiempo a verla. Nos dejamos llevar pululando por las tiendas de souvenirs y un último pub antes de echar a andar hacia el muelle donde nos aguardaba nuestro barco.
A pocos metros de él, otro museo más. Esta vez, de fotografía. Así que nos fuimos convencidos de que regresaremos a Estocolmo para pasar, al menos, un fin de semana. Quedó mucho por ver pero disfrutamos mucho con lo que vimos.
Preciosas fotos..¿ Nunca visitaba en Finlandia?
Nunca he estado, pero tras visitar tu blog, estoy segura que lo haré 😉