
Inicio mi primer cuaderno de bitácora con la escapada de una semana a Lisboa en agosto de 2012. Elegimos destino por su proximidad a España y su precio y el resultado fue fabuloso, además de increíble al descubrir la espectacular Sintra, lugar sin duda que debió inspirar como mínimo las Crónicas de Narnia.
El itinerario:
Día 1. Llegada a Lisboa. Visita a la Baixa o barrio Bajo y locales del barrio Alto.
Día 2: Torre de Belem, Monasterio Jerónimos, Monasterio do Carmo…
Día 3: Sintra espectacular. Palacio da Pena, Castillo de los Moros y Quinta da Regaleira
Día 4: Palacio de Monserrat de Sintra, barrio de Alfama de Lisboa y Castillo de San Jorge.
Día 5: Cascais y Estoril
Día 6: Lisboa. Museo de la Ciudad y Barrio Chiado
Día 7: Despedida de Lisboa y regreso a casa
Salimos de Madrid a la capital portuguesa en avión (más cómodo y barato que el coche teniendo en cuenta los precios de la gasolina). En suelo lisboeta es fácil y práctico moverse en transporte público, incluso para visitar Sintra, Estoril y Cascais. En esta ocasión no reservamos por buscadores sino a través de una pequeña agencia (Marina Baixa Viatges) que nos encontró una buenísima oferta viajando con Tap (la línea aérea portuguesa), en vez de con una de bajo coste, lo que nos recordó lo agradable que es volar en un avión amplio en el que sirven gratis un almuerzo bastante aceptable (bocadillo de pan blandito con pollo y lechuga, zumo, refresco y café). A la llegada, un chófer esperaba para llevarnos al hotel, ubicado junto a la parada de metro “Parque”.

Día 1. Azulejos del Metro, rua Augusta y barrio Bajo
Al llegar por la mañana (solo 15 minutos después de dejar Madrid, al haber una hora de diferencia horaria) pudimos aprovechar el primer día. Visitamos el “Barrio Bajo”, al que llegamos en 10 minutos en metro (Plaza del Comercio, parada “Terreiro do Paço”) y callejeamos por el “alto”, en lo que resultó una ruta de locales pintorescos. (Mapa metro)
Compramos dos “tickets-tarjeta” de ida y vuelta que nos obligaron a buscar cambio fuera del metro, pues las máquinas expendedoras no aceptan tarjeta de crédito extranjera ni billetes superiores a 10 euros. La tarjeta cuesta 0,50 céntimos y es recargable por viajes y por días. Un viaje: 1,25 euros. Un día (ilimitandos viajes, incluidos tranvías y algunos ascensores), 5 euros. Esta tarjeta no vale para recargar viajes de trenes de cercanías aunque sean idénticas… Algunas estaciones de metro, por otra parte, son dignas de visitar por estar “lacadas” en su integridad por azulejos curiosos (en “Parque” relatan una historia enlazando frases de distintos autores, y Restauradores también tiene un gran mosaico de Ulises).
La plaza del Comercio está a los pies del Tajo y desde ella se despliega el barrio bajo, la “Baixa”. Varias columnas dan a su orilla, entrada de personalidades que llegaban navegando. La plaza es amplia y en sus soportales hay locales comerciales y de restauración. Entre ellos, la Oficina de Turismo (ideal para proveerse de folletos y mapas, y donde adquirir la “Lisboa Card” , (que no se activa hasta el día que se use); y un local llamado “Museo de la Cerveza” donde degustar un montón de variedades. En Portugal a la pinta se le llama “caneca” y en este local algo cara, aunque la sirven con una pasta de aceitunas deliciosa. Eso sí, no es un buen sitio para cenar. Preside la plaza el Arco del Triunfo, izado en la reconstrucción de Lisboa tras el terremoto de 1755, que enlaza con la rúa Augusta. Está llena de mimos, vendedores ambulantes, tiendas y locales pensados para el turista. Estupenda en el número 267 la Casa-panadería Brasileira, que vende panes y bollos dulces y salados (los “folar de valpacos” están rellenos de embutido) riquísimos y a muy buen precio. También sirve un café de lujo por 80 céntimos (Pero ojo, este no es el mítico Café Brasileria, que está en otra zona). En esta calle también está el Museo de Diseño y Moda.

Escoltan a la rúa Augusta las de Áurea (con más cafés y comercios) y da Prata (Plata). También paralela a Augusta está la rua Nova do Almada, en el número 144 encontramos el local más barato donde tomar algo rápido (café a 0,55 euros, dos cervezas 1,70, un pastel de nata 1,30; y empanadas y croquetas a un euro). La rua Augusta desemboca en la plaza de Pedro IV (el rey que proclamó Brasil independiente de Portugal y se convirtió en su primer emperador), y se la conoce como plaza del Rossio por la bella estación de tren que hay junto a ella. La pastelería Suiza y el Café Nicola (muy conocidos pero a tope) y el Mc.Donalds están en esta plaza, donde unos cuantos chavales van ofreciendo “costo” a los turistas.
Al fondo está el edificio del Teatro Nacional de Dona María II y a su derecha la tienda original que vende y ofrece degustaciones de un licor local llamado Ginjina a base de cerezas (1,35 euros el chupito), típico de la ciudad.
A escasos metros, la iglesia de Sao Domingos (entrada gratuita). Su puerta, como en otros templos de la ciudad, esta flanqueada por tullid@s pidiendo limosna. Su interior termina de encoger el alma. Calcinada, uno no sabe si lo está más por los incendios del terremoto o por los castigos que imponía la Inquisición. Reconforta salir al contraste del exterior, donde bajo un olivo decenas de africanos pasan tranquilos las tardes estivales. En un muro, a la derecha de la plazoleta, se lee “Lisboa ciudad de la Tolerancia”.
Volvimos sobre nuestros pasos y pasando el Teatro Nacional llegamos a la plaza Joao da Camara, donde está la fabulosa estación de tren de Rossio y el hotel Avenida Palace. Continuamos hasta la plaza de Restauradores (donde también hay parada de Metro, y donde está el Hard Rock de Lisboa). Caminando por el lado izquierdo a la plaza (con Rossio a la espalda), llegamos a la pequeña y empinadísima “Calzada de Gloria”.
A través de ella uno llega al barrio “Alto”. Puede subirse en el “ascensor da Gloria”, declarado Monumento Nacional, que en realidad es un tranvía viejo y amarillo pero con mucha personalidad, que parece que en cualquier momento se va a descolgar para caer de golpe vía abajo. (Data de 1.885 y comenzó a funcionar con depósitos de agua a modo de poleas, hasta que llegó la electricidad). Cuando llegamos lo vimos marchar y por no esperar 20 minutos subimos andando, endureciendo glúteos. Arriba esperaba el parque de San Pedro de Alcántara. Magnífico y con unas vistas espectaculares de Lisboa y su castillo de San Jorge. En el parque hay un par de terrazas en verano donde refrescarse con una “super Bock” (la cerveza portuguesa más popular junto a “Sagres”).
Tras reponer fuerzas seguimos calle arriba, ya en el Barrio Alto, hasta que pasa a ser la rúa de Pedro V. En ésta, en un callejón a la derecha, vimos el letrero de un local… “Lost”, nombre idóneo. Fuimos a ver qué era y nos encontramos con un lugar estupendo decorado a lo “tributo a George Harrison”, entre la psicodelia y lo espiritual. Su precio no era tan “zen” pero no nos dolió pagar 6 euros por mojito disfrutados recostados en camas indias dispuestas en una terraza desde la que se ve media Lisboa. También ofrecían platos vegetarianos que no catamos. Eso sí, compramos un pañuelo super chulo en su tienda
Los mojitos nos espabilaron un montón y seguimos por la rúa Pedro V hasta “el bar”. No, no se llamaba así, pero podría. Su nombre real es Pavilhao), está entre los números 89/91, tiene 251 metros cuadrados y es un museo de todo lo inimaginable.

El “Pavilhao Chines” conserva el nombre de una tienda de 1901 que vendía especias y cafés al por mayor. Encontrada en el 85 con los armarios, estuches y obras de arte casi en ruina, el nuevo propietario restauró el local respetando su estética y decoración original, que colmó de elementos de todo tipo: cascos, avionetas, piezas de caza, soldados (entre éstos los había uniformados como la Guardia Civil y etarras, juntos…), de todo. Su carta “Art Nouveau” promociona también negocios de antigüedades de la calle y varios sitios para cenar. Despide al cliente con un “no bebas demás, pero si lo haces, no cojas el coche, te llamamos a un taxi”, y con la frase “quien tiene buenos recuerdos, tiene buenos sueños”. (su FOTO)
Tras dejar el pintoresco bar callejeamos, disfrutando de los azulejos que cubren las casas antiguas de la zona y cotilleando cartas de pequeños locales. En el número 83 de la rúa Diario de Noticias encontramos uno que nos llamó la atención. “The Old pahrmacy” está especializado en quesos y vinos (una copa, 3 euros). Probamos de la Quinda do Pinto y los quesos, todos riquísimos. Lo malo fue la tardanza del servicio en tomar comanda y en cobrar, sobre todo si uno va con tarjeta de crédito (algo recomendable en Lisboa, puesto que puedes pagarlo todo con ella sin necesidad de ir con dinero).
Pensamos terminar cenando en el Café Luso, una casa de fado fundada en 1927 (con ubicación en la avda.da Liberdade desde 1940, en las antiguas bodegas del Palácio Brito Freire del siglo XVII). Es conocida como la «Auténtica catedral del fado» al haber pasado por ella referentes como Amália y Marco Rodrigues. Como íbamos algo entonados tras los mojitos, las cervezas y el vino, preferimos el pop-rock al fado y apostamos por las hamburguesas del Hard Rock. Estaban muy buenas, pero no valen lo que cuestan. Los precios son carísimos: una pinta de cerveza 4,60 euros y una hamburguesa con patatas 15,50 euros. Eso sí, con lo que pagas de más dejas bien cubiertos los derechos de autor de los temazos que escuchas mientras cenas, rodeado de prendas y objetos de los grandes, un capricho que merece la pena. De ahí volvimos al hotel en metro sobre las 11 de la noche (bastante seguro, al menos nuestra línea, la azul).
Día 2. Torre de Belem, Jerónimos y bacalao “au Bras”

Tras un copioso desayuno a la inglesa en el hotel (los desayunos están a buen precio en los hoteles, no como en España), antes de partir a seguir descubriendo Lisboa buscamos un supermercado y compramos provisiones para llevar y para dejar en la habitación (botellas de agua grandes, latas de cerveza que dejamos a refrescar en la neverita para la noche junto a yogures y algo de picar). Después fuimos a la plaza del Comercio para tomar allí el Tranvía 15 en dirección a la Torre de Belem.
No recargamos la tarjeta del metro, sino que activamos las “Lisboa Card” que compramos el día anterior para una validez de 3 días (39 euros). Es muy rentable si se planifica bien lo que se quiere ver con ella, y durante su tiempo de vigencia casi todos los transportes son gratuitos.
El trayecto hasta Belem en tranvía fue interesante. Tras las ventanas se sucedían las casas cubiertas con azulejos y un puente que parece el de San Francisco (llamado “25 de abril”). El monumento de la Torre de Belem está lleno de turistas y es espectacular. De estilo Manuelino (Gótico portugués) sería más fácil de disfrutar si organizaran mejor el trasiego que sube y baja a la vez por una estrecha escalera de caracol (apta para claustrofobias leves al haber salas intermedias hasta la superior y el aire corre por pequeñas ventanas). La torre, defensiva contra ataques navales, abre de 10 a 18.30 horas (en verano, hora y media antes en invierno, menos los lunes que cierra). La entrada de adulto cuesta 5 euros, gratis con la Lisboa Card.
A 50 metros de la torre está la escultura de un avión. Es el primero que cruzó el Atlántico. Frente a él hay una pequeña cafetería donde se venden pases de cruceros por el río y donde sirven también un café delicioso. Más adelante, caminando y tras haber pasado un pequeño parque que parece la morada de los Teletubbis, se llega el Monumento a los Descubrimientos. Simula la punta de una carabela que porta a ilustres descubridores portugueses. Un ascensor permite subir a su azotea por 3 euros (hacen un 30% con la Lisboa Card). No subimos. Disfrutamos del mosaico de mármol con la Rosa de los Vientos que hay a los pies del monumento y seguimos hacia el Monasterio de los Jerónimos, a 150 metros.

El monasterio, en 1983, fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Está compuesto por una iglesia (espectacular donde yacen las tumbas de Vasco de Gama y de Luís de Camões) y un claustro (que nos recordó al del monasterio de Uclés y desde el que se llega a la tumba del poeta portugués Fernando Pessoa). Otro edificio anexionado al monasterio alberga más museos. De momento, la entrada a los Jerónimos es gratuita para los que tienen la tarjeta. Para los demás cuesta 7 euros. (Abre de 10 a 18.30 horas en verano, y cierra todos los lunes, el 1 de enero, el domingo de Semana Santa, 1 de mayo y 25 de diciembre).
En un edificio anexionado al monasterio está el Museo Nacional de Arqueología. Sus salas exponen objetos de la Lisboa “romana”, de Egipto, del Imperio Medio, tesoros de oro… La entrada hasta las 14 horas, así como domingos y festivos, es gratuita para quienes tienen la Lisboa Card. Para los demás cuesta 5 euros.
Junto al arqueológico está el Museo de Marina, mucho más interesante. (5 euros la entrada general y 2,50 para los que enseñan la tarjeta, vais imaginando la rentabilidad de ésta…) Este museo muestra maquetas de los barcos utilizados durante la historia naval de Portugal, sus mandos, uniformes, municiones y armamentos, banderas, atlas y mapas, aparatos de orientación, catalejos, espadas, timones, submarinos, barcas de río, de vapor, de “Rabello”, y hasta réplicas de las capillas y camarotes reales. Las últimas salas tienen barcos reales, espectacular. Tras la última sala hay una cafetería-terreza que sirve cervezas en vasos megalargos que no probamos por sus precios desorbitados.
Pasamos de la cebada y nos fuimos a por el dulce. Lo hicimos caminando hacia la pastelería más famosa de Portugal: la de los Pastisses de Belem (rua de Belem, 84). Es una parada obligada como turista, pero pastelitos muy similares se pueden encontrar en casi todas las pastelerías de Lisboa con el nombre de “pastelitos de nata” (aunque son de crema). Nos gustaron más los de Casa Brasileira, pero aun así cumplimos tradición y compramos un paquetito de 6 (6,30 euros). Dicen que hay famosos que los encargan cada año…


Continuando la caminata por esta rúa llegamos al palacio del presidente del gobierno y el museo dos Carros (nada especial, pero que visitamos igualmente). Después tomamos el tranvía 15 para regresar a la plaza del Comercio y terminar la tarde en la zona bohemia de Lisboa, “Chiado”.
La Rua do Ouro (Aurea) sale de la plaza del Comercio, a la derecha de la rua Augusta. En ella está el Ascensor de Santa Justa. Bello, muy Eiffel (lo construyó uno de sus alumnos) y rápido (una vez llega el turno tras aguantar la larga cola que hay para subir). Deja junto a las ruinas del monasterio do Carmo, tan próximo que la pasarela de hierro que enlaza la plaza con el ascensor pasa bajo uno de sus arbotantes.

El monasterio sobrecoge como Sant Andrews y otros templos destrozados. En este caso fue el terremoto quien desplomó sus techos. Solo una capilla está al cubierto, usada como sala de exposiciones con objetos que van desde la Edad de Piedra y el Neolítico hasta el Imperio Inca. Lo vimos por los pelos, ya que cierra a las 18 horas y la última entrada se permite a las 17 (la entrada con descuento por llevar la tarjeta sale a 2.80 euros). Después, nos quedamos en su plaza, Largo do Carmo, tomándonos la “SuperBock” bien fresquita, merecida y en mente desde que vimos los tubos en los que la servían en el museo de la Marina. En la terraza de esta plaza cada tarde tocaba un músico callejero.
Para terminar el día fuimos a cenar algo típico. Callejeamos y como seguíamos sin ganas de fado nos metimos en una cervecería enorme y pintoresca que encontramos en la Rua Nova de Trindade: “Trindade Chiado” . Es una antigua fábrica de cerveza abierta en el siglo XIX por un gallego, donde antaño estuvo el convento de la orden de la Santísima Trinidad ya desaparecida. En la cervecería probamos el Bacalhau “Au bras” (migas de bacalao, huevos y cebolla, muy bueno), que acompañamos con las entradas que sirven en todos los restaurantes (y que no son gratis): aceitunas, quesos y pan.
Día 3. Sintra, Narnia y el “arroz tamboril”

Para aprovechar a tope el primer día en Sintra hay que levantarse temprano. A ella se llega en tren de cercanías en un ahora. Parte de la estación de Rossio de Lisboa (entre las paradas de metro Restauradores y Baixa-Chiado), y con la tarjeta Lisboa Card el viaje sale gratis y se evita la cola para comprar ticket. Aunque podíamos haber ido y vuelto, y regresar al día siguiente, preferimos coger una habitación en un hotelito a un tiro de la estación de Sintra (si se acorta a través de unas escaleras empinadas), el Bliss House. Era caro (el alojamiento en –Sintra lo es) y sus sabanas estaban desgastadas, pero era limpio, moderno, cómodo y tenía aire acondicionado.

Tras dejar la mochila caminamos por una colina que lleva hasta el centro del pueblo cuyo paseo está decorado con estatuas. Vimos a medio camino la fuente “Morisca”. Ya en el pueblo, visitamos el Palacio Nacional de Sintra, el más “normalito” de todos que cierra tres horas antes que los demás (a las 17 horas). Entramos gratis con la tarjeta y tras verlo (en hora y media) cogimos el autobús 434 (5 euros ida y vuelta, aquí no hay tarjeta que valga) para subir al Palacio da Pena. Dicen que andando se tarda una hora, pero recorrido el trayecto en bus, dudo que alguien que no sea atleta lo consiga y además le queden fuerzas para recorrerse los inmensos jardines de este palacio espectacular, cuyos senderos parecen salidos de cuentos imposibles. Conducen a estufas, rocas enormes, laguitos con cisnes, bancos de piedra y farolas que emergen entre la vegetación como árboles, como la que da la entrada al país de Narnia (*). Para poder ver los jardines, el chalet de una condesa que está en ellos y el palacio necesitamos 4 horas. No usamos los descuentos de la Lisboa Card. Salía más rentable comprar allí otra tarjeta que por 22 euros permitía ver 4 palacios. (imágenes de google)

En el de Pena se incluía el Chalet de la Condesa de Elhda, un lugar perdido en sus jardines que parece salido de un sueño, con paredes exteriores decoradas con corcho que simulan árboles nacidos de sus tabiques. Hansel y Gretel se cuelan en la mente como tantas otras fábulas… Tras el chalet, fuimos al palacio que parece salido también de una novela fantástica, o de las Mil y una noches. La historia de sus moradores se descubre en sus estancias, únicas, en nada similares a las de otros palacios. La ruta interior por el mágico palacio termina en una terracita donde sirven bocatas y refrescos en lata a precios asequibles. Tras reponer fuerzas proseguimos en el selvático jardín hasta salir del complejo por el sur tomando el sendero que llevaba al castillo de los Moros. En ese tramo uno debe sortear enormes raíces que cubren las rocas de una montaña que a finales del XIX fue fertilizada con semillas de especies llegadas de todo el mundo.
El Castillo de los Moros invita a descubrir sus murallas, sus silos, las ruinas de su fortaleza. Data del siglo IX y es de origen musulmán, teniendo como función vigilar Lisboa y sus alrededores. Tras una hora de visita, tomamos el bus 434 de regreso.
Nos bajamos en la intersección que daba a la carretera que va a la Quinta da Regaleira, que en verano cierra a las 20 horas, y que aún alcanzábamos a ver. La finca fue de un hombre acaudalado que contrató a un arquitecto italiano para tener un “chalet” de verano “filosofal”. Sus jardines contenían pasadizos secretos bajo tierra que llevaban a pozos y salidas de lo más curiosas. La casa también mereció la pena por fuera, pero no dentro, en donde sus estancias estaban solo ocupadas por paneles explicativos.
Cerramos Regaleira y fuimos al centro de Sintra. Allí paramos a descanar en la famosa pastelería Piriquita, una antigua fábrica de Queijadas en la rua das Padarias. Degustamos sus dulces queijadas y su te sentados en una mesa. (2 té, un bollo y dos paquetes de Queijadas, 12,45 euros).
Siguiendo las críticas del TripAdvisor elegimos el restaurante “Regional”. Limpio, aunque con decoración algo antigua, resultó ser donde mejor comimos en todo nuestro viaje, tanto en calidad como en precio. Nos pusieron un arroz “tamboril” (de rape y gambas) que se nos salía por las orejas de lo grande que era la ración de dos… Distinto al caldoso y al meloso español, pues su arroz es largo, estaba de miedo y aún se me hace la boca agua de recordarlo. Lo “empujamos” con una botella de vino de la Quinta das Carvalhais, y lo coronamos con un flan
Molotov. Todo, con entrantes incluidos y ensalada para dos, nos costó 51 euros.

Día 4. Palacio de Monserrat de Sintra y Alfama
Tomamos el autobús 435 para visitar el Palacio de Monserrat de Sintra (3 horas de visita tranquila). El conductor era un maleducado y un suicida que nos dejó en el lugar a la velocidad del rayo sin atropellar de milagro a ningún ciclista por la enjuta carretera. Los jardines de este palacio son los que más cuidados estaban. Cada zona estaba tematizada con las especies arbóreas de sus paises de origen. Nos gustaron los nenúfares y las vistas al bosque desde la terraza del palacete, que recuerda a Granada. Sus paredes están decoradas con yeso retorcido convertido en figuras vegetales y sus pasillos están llenos de arcos ojivanos. Tras la visita, recogimos la mochila en el hotel y tomamos el tren para Lisboa. La idea era parar a medio camino para ver el Palacio Nacional de Queluz (también de entrada gratuita con la tarjeta), y que se supone que está a unos 20 minutos andando desde la estación del tren, pero nos venció la pereza y seguimos camino hasta Rossio, perdiéndonos Queluz, que dicen es como un pequeño Versalles. Aún así, no lo lamentamos mucho tras haber visto Sintra.
Regresamos a nuestro hotel en Lisboa a descargar y cogimos el metro hasta la estación de Santa Apolonia (que da algo miedo por lo solitaria que estaban sus inmediaciones). Por ellas subimos, entre callejuelas empinadas y curvas, hasta llegar al Panteón nacional. En él coronamos más de 200 peldaños para llegar a unas vistas fabulosas de la Lisboa que linda al río. En la planta baja están los sarcófagos de personajes ilustres de la democracia y cultura de Lisboa. Uno tenía flores frescas, el de la cantante de fados Amália Rodrigues.
A partir de ahí nos dejamos llevar por el caos del barrio de Alfama. Envejecido y laberíntico, pasamos 40 minutos buscando la catedral, repitiendo de cuando en cuando el “por aquí ya hemos pasado”.


Preguntando, que es como se llega a Roma, encontramos la catedral. En su interior, comprando una entrada de 2,50 euros, puedes ver el claustro, destripado con excavaciones que destapan el pasado romano de Lisboa. A la salida, a mano derecha y cruzando la calle, unas escaleras conducen al Museo del Teatro Romano (gratis). Lo visitamos y salimos por su entrada en la zona alta, desde donde callejeamos hacia arriba hasta llegar al Castillo de San Jorge (12 euros dos entradas con el descuento de la Lisboa Card, sino cuesta 8 euros por cabeza). El castillo, que en verano abre hasta las 21 horas, despliega unas hermosas vistas de la ciudad… quizá más bellas por la mañana, sin el sol pegando de cara. El castillo tiene una gran muralla, de altos escalones y salas donde se exponen objetos hallados en el lugar y donde a través de un audiovisual uno descubre su historia desde que fue una fortaleza mora.Justo a la salidadel castillo hay una parada de autobús. Cuando nosotros salimos el 437, uno pequeño y amarillo, estaba a punto de partir. Preguntamos dónde iba y nos dijeron que a la plaza de Figueroa, en el barrio bajo, y lo cogimos. Con baches nos llevó cuesta abajo hasta la plaza contigua a la del Rossio, y de ahí nos fuimos en busca de otro restaurante
Marchamos por la rua Portas Santal (muy cercana al metro Restauradores), y sorteamos las decenas de camareros que ofrecen a los viandantes sus cartas como comerciantes marroquíes en un bazar, hasta el agobio. Cuando vimos un restaurante “molón” cuyos camareros no fueron pelmazos paramos. Se llamaba Perola y presentaba sus platos con estilo. Tres horas después de entrar seguíamos a gusto dándole a los mojitos tras homenajearnos con un pulpo Lagareiro, una hamburguesa Perola (a la que le sobraba el jamón y cuyo queso deberían cambiar por Parmesano), y un “cremoso de chocolate con helado de naranja” al que pusimos un 8.

Día 5. Cascais y Estoril

No salimos hasta las 11 del hotel. Ya sin la Lisboa Card recargamos la del metro con dos “ida y vuelta” y fuimos hasta la parada de “Casi de Sodré”. Allí aguardamos nuestro turno en una larguísima cola para adquirir en otra máquina (con gran esfuerzo) dos tarjetas más recargadas con sus ida-vuelta para llegar a Cascais (2,25 euros por cabeza). Partimos a las 11.40 viendo el puente 25 de abril más cerca que nunca, con nubes pasando bajo él, y tras ellas la Torre de Belem y una línea costera parcelada por los pescadores. En un abrir y cerrar de ojos estábamos en Cascais (la última estación). Frente a ella hay una oficina de turismo. Cascais era a principios del XX una aldea de pescadores que atraía a artistas y escritores hasta que la eligió la familia real portuguesa como lugar de veraneo, y con ello se convirtió en el refugio de la realeza de toda Europa, que la hizo famosa como a su vecina Estoril (y casino).

Con un mapa fuimos andando hasta la “ciudadela”, un antiguo fortín convertido en parador que invita a amanecer viendo el mar… Cerca está el faro de Santa Marta y un centro cultural ubicado en una majestuosa casa (Santa María) donde se hacen exposiciones de arte (entrada gratuita). Los visitamos, al igual que el palacete de los Condes de Castro Guimarães, todo a menos de 5 minutos andando. Después tomamos una “caneca” en un Irish de una plazoleta (con wifi gratis) y buscamos un sitio para comer. De la infinidad que hay en la rua Regimento elegimos el restaurante O’Poeta y acertamos. Menú: “Sharma” (entrante de hojas rellenas de arroz con algo), “Picanha” (ternera con arroz, plato típico portugués); y tajine de Pollo. Pan turco y cerveza. De sobremesa compramos souvenirs, algo que hasta la fecha habíamos olvidado prácticamente. Estaban a precios mejores que en Lisboa. La tarde caía e hicimos la digestión paseando bordeando la costa que separa Cascais de Estoril, un paseo en el que se van sucediendo playas y terrazas donde relajarse mirando al mar y a los bañistas. La estación de Estoril es bastante cutre, y desde ella se divisa el famoso Casino. Está a unos cien metros máximo, pero no lo vimos. Preferimos ir al hotel a descansar, cenando en la habitación embutidos comprados por la mañana en el supermercado por la mañana, acompañadas de un vino vino riquísimo y muy barato para su calidad: “Roda dos Coleos”, Regional Alentejano (menos de 3 euros la botella).
Día 6. Museo de la Ciudad y Chiado
Sin proponerlo nos levantamos temprano y aprovechamos para ir al Museo de la Ciudad, al otro extremo de Lisboa. La estación de metro más cercana es “Campo Grande”, la del Estadio de Fútbol José Alvalade, y desde donde parten autobuses fuera de la capital. En el museo nos tiramos dos horas viendo un popurri de cosas encontradas en Lisboa donde lo más interesante fue una maqueta enorme de la ciudad antes del terremoto y los grabados y pinturas hechos tras éste. De ahí, en metro, nos trasladamos hasta “Sao Sebastiao” (haciendo transbordo de la línea amarilla en “Entrecampos”) para ver el museo de la Fundación privada de arte Calouste Gulbenkian (4 euros/adulto). Tenía de todo. Desde reliquias egipcias hasta alfombras y tapices de Mesopotamia y jarrones chinos y cuadros de Monet. Terminados hartos de arte y nos fuimos al museo de la cerveza de la plaza del Comercio a tomarnos unas jarrillas acompañadas de un delicioso paté de olivas con pan. El pan portugués está de muerte. De ahí, al barrio de Chiado, a buscar la papelería en la que según leímos en algún lugar Paul Auster compraba sus cuadernos. Debió de ser hace tiempo porque en el lugar indicado había un comercio cerrado. Paseamos por la plaza Luis Camoes hasta llegar a la rua Garrett, donde está la estatua del poeta Pesoa, sentado en plomo como antiguamente lo hacía en la terraza del café Brasileira, foco de los intelectuales de principios del siglo XX. Es el lisboeta “Café Gijón” de Madrid, pero sin clavarte 3 euros por un café con leche. Es más, por 3,50 te sirven en mesa un solo, un cortado y un pastelito de nata.
Cuando la tarde caía, como el cansancio, tomamos rumbo al mismo restaurante de días anteriores, el Perola. Pasamos de los entrantes y fuimos a por un Carpacho de Ternera servido con rúcula y parmesano muy rico, al que siguieron unas minisepias llamadas “chocos”, algo duras y poco sabrosas, y la ternera típica, la “Picahna”, postre y mojitos… para cerrar la última noche en la ciudad.

Día 7. El adiós a Lisboa
El séptimo día, con el billete de vuelta para la tarde, nos tomamos la mañana de relax. Nos levantamos tarde, tomamos un desayuno copioso, hicimos la maleta y ronroneamos con una siesta mañanera en la habitación hasta la hora del “check-out”, que nos trasladamos a recepción a imprimir el “check-in” del avión y leer prensa y correos en le ordenador del hotel. Luego dimos un paseo por los alrededores: la plaza del Marques de Pombal y el parque de Eduardo VII, que emerge de la plaza y parece una pista de atletismo. En el parque puede visitarse la “Estufa Fría”, y tomarse unos sándwiches deliciosos en una terracita como las del Retiro pero con cocines, jazz, y libros sobre la historia de Portugal a disposición de los clientes. En uno de ellos aprendimos que “la frontera entre España y Portugal data de 1297 y es, posiblemente, la más antigua de toda Europa respecto a la línea divisoria actual”. Seguimos parque arriba hasta otro llamado Amalia Rodrigues, y repostamos en otra terraza junto a un laguillo artificial. Era un sitio lleno de paz que nada tenía que ver con el aeropuerto. Caótico, casi nos dejan en tierra por el “over booking”, y nos dejan helados por el aire acondicionado a tope que pusieron en nuestra puerta de embarque. Pese a ello, tuvimos nuestro final feliz al viaje redondo en el que vimos mucho más de lo que esperábamos encontrar.
Apuntes históricos del chófer D.Pedro sobre Salazar
Al conductor le dimos 5 euros de propina porque hizo de guía en el trayecto, pero con 2 eurillos hubiéramos quedado igual de bien. Don Pedro era promonáquico y defensor del dictador Salazar y desde ese prisma nos relató la historia contemporánea de su país. “Salazar gobernó Portugal durante 45 años. Era culto, sacó las mejores notas en la universidad de cimbra, y llegó para poner la paz en un país que tuvo hasta 40 gobiernos entre 1910 y 1926, en una primera república sangrienta en la que mataron al rey y a su hijo, quedando sólo un heredero real que murió en el exilio”. Añadió que “Con Salazar se garantizó también la paz en los tiempos de la Guerra Civil española y la Guerra Mundial, y gracias a ello pueblos como Estéril y Cascais se convirtieron en refugios-paraíso de todas las monarquías europeas”.
Don Pedro tuvo también apuntes para el rey de España. “Muy querido aquí, Don Juan Carlos tiene muchos amigos en Lisboa… hay fotos suyas, de niño, en la heladería italiana Santini, la mejor…”. Se despidió con una advertencia que escucharíamos en más ocasiones: “Mucho cuidado con los rumanos carteristas”. Quizá por estar atentos, no tuvimos ningún susto en toda la estancia.
Hola! He leído tu entrada y esta genial, enhorabuena.
Quería preguntarte ya que has estado en cascáis y Lisboa, merece la pena pasar una semana en Lisboa o en cascáis mejor? Estamos preparando un viaje somos unas chicas de 22 años y la mayoría prefieren destinó turístico playero a visitar una ciudad, vale la pena cascáis para eso o es preferible visitar Lisboa a fondo (que es lo que yo quiero pero mis amigas están en plan playa playa y playa)?
Muchas gracias
Hola Marianna, muchas gracias por los cumplidos. Lo mejor para que os guste a todas es buscar un combinado, 4 días en Lisboa, que es una ciudad muy bonita para ver y con mucho ambiente universitario sobre todo por el barrio Baixa-chiado; y 3 días en Cascais, que es una chulada como destino playero, si bien es como un pueblecito. Ambos, en todo caso, están muy cerca, y el tren de cercanías te deja justo en la playa. Te digo esto porque igual os resulta más económico estar los siete días en Lisboa (Cascais es caro) y os evitais traslados con maletas. Levantándote temprano, sobre las 10, puedes estar fácilmente tumbada en la playa a las 11.00 si pillas bien las conexiones. Aunque claro, imagino que tus amigas te propondrán justo lo contrario 😉
Pasarlo muy bien y gracias de nuevo por pasar por mi blog!
como y no fueron a fatima
No nos dio tiempo. La proxima vez
Hemos estado mi marido y yo una semana en Lisboa y me ha parecido una maravilla aunque también Sintra ( que es un verdadero paraíso ) y Cascáis y Estoril para la playa, lo recomiendo sin ninguna duda.
Nosotros nos quedamos enamorados. Un saludo Teresa
Que lindo es leerte, hace rato que ando con ganas de conocer Portugal seguramente en breve me daré ese gran gusto. Gracias muy enriquecedor es leer tus notas.
Thanks for a greaat read