Si enmudeces ante la presencia de un árbol gigante, inmenso como los viejos Ents, no debes pasar de largo frente al parque Benmore de Escocia. En uno de los caminos hacia las Tierras Altas, pasada la gris Glasgow y el imponente castillo de Dumbarton, se encuentra este parque de vegetación exuberante, casi tan diversa como la del singular castillo da Pena de Sintra.
El parque ofrece visitas guiadas martes y domingos, y por sus frondosos alrededores también los miércoles y jueves, pero puede visitarse por libre en unas tres horas con calma sintiéndose un auténtico explorador. Nosotros fuimos esta Semana Santa y lo recorrimos entusiasmados y divertidos enfundados cada uno con su Kilt.
La entrada cuesta 29 libras, 41 si se compra la opción de pareja con niños, en la cafetería de acceso. Tras sus puertas uno se topa de frente con la denominada Redwood Avenue, un corredor de ensueño creado a partir de dos hileras de árboles gigantes centenarios. Estar ante ellos es estar ante los dioses de los Bosques que, aún inertes, parecen estar riéndose de tu pequeñez desde sus altísimas copas.
La ruta prosigue hacia un estanque digno de un cuadro romántico del XIX. Te imaginas perfectamente a una dama con su cuaderno de poemas mirando melancólica las flores de colores que navegan sobre el agua en calma. El lugar es tan emotivo que más de uno se ha colocado sobre su puentecito para tirar una moneda y pedir su deseo. Nosotros, al ver los de los demás, también lo hicimos… por si acaso allí se cumplen.
Continuando a la derecha del estanque te encuentras el típico jardín de una mansión escocesa. Lo recorrimos hasta lo que imaginamos serían las caballerizas, ahora reconvertidas en sala de exposiciones. La que había cuando llegamos era de botánica.
Muy próxima está el llamado «Puck’s Hut», una redondeada y pequeña construcción de madera, con ventanales por todos sus flancos, desde la que se ve todo el parque. Ahí lo que uno se imagina es una reunión de amigos, en pleno invierno, con todo nevado fuera y mucho humo y risas dentro.
Tras este lugar secreto uno puede comenzar su ascenso por la colina de las mil especies arbustivas y arbóreas. El paseo se hace liviano por cuanto no puedes reprimirte parar en cada recodo a contemplar flores y hojas y colores singulares difíciles o imposibles de ver en tu entorno.
Con cada avance te van entrando más ganas de quedarte allí a vivir para cuidar de sus pájaros, de sus raíces, de volverte un poco Tarzán para dejarte abrazar por las fuertes y retorcidas ramas.
En la cima del parque hay una construcción dedicada a uno de los mayores colaboradores del parque, un tal Wright Smith que debió de tener gratos momentos desde el lugar que ahora recuerda su nombre. El mirador te regala una panorámica impresionante del valle, verde y húmedo como Escocia.
Tras dejarnos llevar por el infinito de sus vistas iniciamos un descenso entre senderillos divertidos que van sorprendiéndose con la irrupción de nuevas especies. Orientales y punzantes, unas plantas que no habíamos visto jamás vigilan tu paso por el denominado «valle japonés». Curiosamente hay en su parte superior una construcción vikinga para sentarte a divisar la panorámica que deja este punto.
Los senderos prosiguen retorcidos en descenso con otros puntos de descanso que sin duda agradecerán quienes los recorran un día de lluvia. Uno tiene nombre de ave: el asiento del Condor, porque su techo simula las amplias alas de este pájaro.
Ya en la parte inferior los árboles vuelven a llegar al cielo y vuelves a sentirte como un gnomo de paseo por el bosque. En esos momentos eres más feliz que una perdiz y no piensas en nada más que seguir andando y mirando alrededor. En ese estado zen uno llega a otro mágico lugar: el invernadero.
Es un edificio que por fuera recuerda un bunker enorme de cualquier guerra, sin embargo es una construcción victoriana ideada desde su inicio como lo que es: un invernadero de flores tropicales, con techos de vidrio sobre los que chocan palmeras. Su interior es mucho mas pequeño de lo que parece por fuera y para acceder a él hay que subir unas escaleras que empinadas.
El sendero prosigue hasta el lugar donde a uno le encantaría vivir, la casa Benmore, ahora reconvertida en centro social para albergar actividades educativas. Tras él llega el final, el inicio. Los Ents que te dicen adiós mientras se ríen de tu pequeñez desde sus copas a ras del cielo…
Texto y Fotos: Raquel López
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