Salamanca de noche es tan bonita como por el día, al menos su casco antiguo. Por él fuimos de bar en bar hacia el hotel tras la intensa jornada turística. La primera parada fue en una perpendicular a la calle Compañía. Se llamaba Erasmus Bruin Café. Debe ser uno de los pocos lugares donde no te sirven tapa con la cerveza, pero también quizá el único del área donde encontrar fantásticas cervezas de importación a degustar en un local con una decoración muy chula, al estilo de los pubs holandeses.  Con el estilo “nederland” saboreamos el caldo de cebada. Yo con una Chimay Roja y Carlos con una Grimbergen medio tostada tirada de barril. Pedimos de acompañamiento una ración de bravas a dos euros que estaban malísimas.

En Casa Paca, próxima a la plaza Mayor, seguimos a cañas. Dos que pusieron con sendas tapas deliciosas: ración de lasaña de carne y cuenquín con setas, parmesano y jamón.

La siguiente parada fue El Mesón de Gonzalo. Un local próximo a la plaza Mayor. Allí cambiamos al vino. Dos Viñas del Cámbrico a tres euros cada uno que sirvieron acompañados de cortezas peludas recalentadas que allí, en vez de “morro”, llaman “jeta”. También pedimos unas bravas, que por el mismo precio que las anteriores nos encantaron. Ahora, lo espectacular fue la hamburguesita de morrucha (llamada así por las vacas de la zona cuya carne tiene su propia denominación de origen), y sobre todo las croquetas de jamón, las mejores que he probado después de las que hacía mi abuelo Herminio.

Entonados y con el estómago satisfecho terminamos la noche en St.Patrick’s Museum, una cervecería a lo irlandés que parece tematizada por Paulaner. De ahí fuimos directos al hotel en un paseíllo en el que encontramos lo que parecía una antigua torre romana adherida a un edificio.