Hoy estoy melancólica porque no pienso en viajes sino en ventanas. En las horas -con todos sus pensamientos- que me he tirado tras ellas imaginando, recordando, mirando el paisaje que jamás volví a ver.
El de ahora es luminoso, soleado, con parque, río, puente y, a 50 metros, mar. Pero en él veo un cielo gris. Una ciudad encapotada con chimeneas de cuentos y Peter Pan. La sombra de la iglesia de Royal Mile al fondo y urracas negras volando entre ambas iguales a las de la malvada de la Bella Durmiente. Es la ventana del fregadero de la cocina que ejercía de salón. Fregando frente a sus sucios cristales pensaba en cosas por hacer: bajar a la lavandería con mi amiga china; convencer a su amiguito alemán para llevarnos y traernos la compra del Tesco; estar a las seis lista para servir el banquete del Rugby; preparar la entrevista para la cantina del hospital…
Hay otra ventana en este Edimburgo eterno. Victoriana, muestra casas nevadas y bajo ella está la mesa de mi cuarto a la espera. En ella voy a empezar a escribir un libro. «Mañana». Y entonces la ventanilla del avión.
Me interrumpe el suspiro la llegada de Oscar. Lleva tres días visitando mi alféizar en este Svalbard que va perdiendo su nieve con el verano en ciernes. Es grande y blanco y jamás le hubiera puesto tal nombre. Pero para mi desilusión, no soy la primera a quien visita y los vecinos ya han puesto nombre de hombre a esta gaviota gigante y desinhibida. Su llegada alegra durante esta semana la ventana que mas soledad y paz me ha dado. Digo adiós a Longyearbyen silencioso y a su cambiante luz.
Qué distinto a Madrid. Con la llegada del calor, la noche universitaria entraba por las ventanas alegre y jolgoriosa. Delante no había montañas ni ríos ni atardeceres de cuento. Había un ático. Antenas. Oscuridad y el reconfortante sonido del pulular de papá y mamá.
El lamento de un burro me trae otra vez aquí. A casa. Mirando al pobre equino atado en la parcela junto al río pienso que quizá hablar de viajes sea también un escape. Un modo como otro cualquiera para quitarse de encima la nostalgia de viajar como antes, con la cafetera de metal en la maleta y sin saber cuando vas a regresar.
Cuando escribes con las vísceras en la mano…me gustas. 😉
¡ Besazooo!
Tienes mucho talento. Me encanta cómo escribes. 🙂
Un abrazo!