Alguien salió de ella hace 50 años, cerró las puertas y la dejó dormida. Sumida en el tiempo intacto de los espacios ajenos a la vida, el viejo caserón de una de las primeras hidalguías de España, la de Alonso de Medina, se fue convirtiendo en una especie de pecio lleno de recuerdos sumergidos.
Así quedó, silenciosa, en Muro de Alcoy (interior de Alicante) hasta que sus puertas se abrieron al proyecto de Juan Cascant y Joan Toni Boronat. Una aventura que aúna los principios de la economía del bien común con la elaboración del buen vino, creando la bodega Celler de la Muntanya.
Se trata de una bodega que nació, según cuenta Juan, «jugando». Entre dos amigos que se dedicaban a cosas ajenas al vino, se lanzaron a producir su primera cosecha con uvas cultivadas en microviñas (unas rescatadas del abandono y otras de los precios bajísimos que imponían a sus agricultores grandes bodegas). Para su sorpresa, obtuvieron muy buenas críticas.
Pensaron que sería la suerte del principiante y siguieron igual, con calma y sin pretensiones, hasta que en la siguiente obtuvieron aún mejor crítica. Entonces empezaron a creer que era verdad que tenían algo bueno y concluyeron que «era hora de aprender a hacer vino…».
Diez años han pasado y a la bodega se han sumado -además del caserón- nuevos agricultores, colaboradores y enólogos, dando valor y chispa a los viñedos que antaño producían enormes cantidades de vino (antes de que la producción mudara a regiones más lejanas que supieron venderse mejor con las denominaciones de origen).
Rescataron la autóctona Malvasía, la Bonicaire, Mas de Botí y la Tintorera -esta última paradójicamente es posterior a la existencia del Cabernet en Alicante-, la Garnacha, la Monastrel y otras variedades con las que consolidaron un vino «sencillo», el Minifundi, y fueron elaborando otros con más aplomo como Celler la Muntanya, Almoroig o el blanco Albir, cuyas botellas portan poemas valencianos.

Los nombres de los vinos tienen un por qué. Minifundi, por ejemplo, ensalza la base de la bodega, la recuperación de pequeñas fincas para su producción. Es un vino que agrada a la mayoría de mujeres según comprobamos en la visita a la casa, Celler d’Alonso, desde la que parte la Ruta de les Microvinyes y en donde desde diciembre de 2014 organizan veladas de poesía y música.
La visita seduce al visitante en el primer momento que traspasa la entrada. El edificio es amplio, cuenta con un patio interior y acceso a un campo que, estando en mitad del pueblo, se ha salvado de la construcción. Tiene además una bodega donde encontraron libros antiguos, toneles y tinajas, y en cuyo interior organizan el almuerzo y la cata. Y tiene también una almazara que usan ya como sala de conciertos.
Tras ver la casa y degustar vinos y productos de la zona, haciendo de la visita un encuentro entre amigos, la ruta continúa a los viñedos y a la bodega.
Allí uno puede llevarse, si lo desea, alguna botella. Con ella, la esencia de un proyecto «social, cultural y de recuperación del entorno».