Acostumbrados a las imágenes de playa, arena, laderas calvas y sol, son muchos turistas quienes pasan por la Costa Blanca sin ver el tesoro que les aguarda en sus montañas. También les pasa a muchos residentes. Ignoran que a pocos kilómetros de su hogar podrían, casi casi, tocar el cielo con sus manos. Nosotros lo hicimos en una ruta a Aitana, la sierra de la Costa Blanca más próxima a Benidorm.
Fuimos con la gente de Oxytours, un equipo bien majo de gente que ha apostado por organizar rutas en las que fomentan el respeto por el Medio Ambiente y ponen en valor tanto el entorno natural como la vida rural. Tras recogernos en casa, nos trasladaron a los pies de una montaña que se mueve. Aitana va cayendo poco a poco hacia el mar sin que nosotros lo apreciemos. Su caída va lenta como el paso de los siglos, solo apreciable a través de las huellas de sus rocas, de las fallas que la acotan, Partagot y Aitana, evidenciando que su estructura originaria no fue como ahora la vemos.

Fran Lucha, nuestro guía, nos reveló este hecho enfocando nuestra vista hacia lugares en los que quizá uno sólo no se fija, como las grietas de 20 a 40 metros de profundidad que dan la bienvenida a esta cima de Alicante.
El ascenso comienza en la zona del parking, donde podemos beber agua de una fuente natural (eso sí, con agua no clorada). La subida es fácil y transita entre una vegetación fuerte capaz de aguantar los duros inviernos y los veranos de extremo calor. Quizá en eso radica la importancia de la botánica de Aitana, es endémica, difícil de encontrar fuera de su hábitat.

Entre las plantas que nos mostró figuraban el Tejo, «que por su toxicidad hacía que quien dormía cerca igual no se despertaba»; la Corona de Rey (que erróneamente se creía antiguamente que inducía abortos), la Jara común («cuyas hojas, picadas y secadas, fumaban muchos combatientes en la guerra a falta de tabaco»); el Sirerer de Pastor, Sabia, Madre Selva o una que nos hizo mucha gracia llamada «Cojín de Monja», que parecía un enorme puercoespín verde.

Tras las pequeñas paradas para ir mostrándonos la fauna realizamos la primera más prolongada en la luna. Sí, no era la luna de verdad, pero lo parecía. En medio del ascenso te encuentras con un mar de piedras originario de la glaciación.
Continuamos después por un camino serpenteante en el que seguimos apreciando los frutos del lugar para llegar en el almuerzo a la Font de la Forata. Desde ella se aprecia claramente la valla y las antenas de comunicación de la base militar de Aitana. Para reponer fuerzas, los organizadores nos habían preparado paquetitos con coca casera de verduras, fruta y agua.

Repuestos continuamos subiendo para alcanzar «el cielo de Aitana». Pero llegar a él no es fácil. Antes tuvimos que atravesar el Pas de la Rabosa. Se trata de una grieta en medio de dos enormes moles de piedra que por el otro lado caen en vertical y que te llevan a lo alto de una gran explanada, como una meseta.

Las vistas, desde ahí, son espectaculares (te topas con formas curiosas como la Penya Forata). Aun así, sorprende la cantidad de gente que encuentras al otro lado. Tras llegar casi solos al pétreo «pasadizo», al salir vimos varios grupos que ya lo habían atravesado y cuando nos quedamos un tiempo contemplando las vistas, vimos que continuaban saliendo otros tantos grupos por el lugar donde habíamos accedido.
Desde ahí, hasta el parking, la bajada es fácil y suave, y las vistas ya son hacia el mar, con lo que son fantásticas si el día es despejado.
Para completar la jornada la gente de Oxytours nos llevó a comer a un restaurante de montaña para probar el plato típico de la zona, Ca l’Angels, en Polop.