A pocos kilómeros de Sagunto, al norte de Valencia, y hacia el interior, se encuentra Jérica, una pequeña población envuelta en la naturaleza de la sierra de Espadan donde una pareja encantadora ha convertido una vieja masía en el mejor escondite para descansar de la ciudad y darle caña al cuerpo. La Masía se llama Novales. Está a escasos metros de la Vía Verde Ojos Negros, que atraviesa el término municipal de Norte a Este, y en ella además de recibirte como si fueras uno más de la familia te brindan todas las posibilidades para practicar lo que ahora se llama «cicloturismo» y que en nuestra niñez era «montar en bici todo el día, los días libres».
Llegar a la masía es fácil tras dejar la autopista, pero una vez llegas a ella te da la impresión de estar muy lejos de todo. Ni un coche. Ni un ruido que no sea un pájaro o una mosca pesada. Entre olivos, pinos y campos, precedido por una hilera de enormes cipreses, está la casa que todos querríamos tener.
En la planta superior tiene cinco habitaciones con sus respectivos baños, cada una con el nombre de un árbol o una fruta. A nosotros nos tocó el Níspero.
En la parte inferior hay dos habitaciones más, familiares, y un coqueto salón con chimenea donde uno puede hacer uso de las guías turísticas de la zona y la lectura de buenos libros.
Junto al saloncillo está el comedor. En él David, el anfitrión, sirve un desayuno delicioso que incluye hasta zumo de manzana natural (ideal estreñidos). También por la noche sirve en él sus cenas, si fuera refresca. Tiene mano en la cocina y los precios son bastante asequibles teniendo en cuenta que no hay un restaurante a kilómetros a la redonda.
La cocina es enorme, pero no es territorio para huéspedes. Para éstos dejan una antesala con nevera por si llevan algo perecedero. Pero lo que a mi me encantó fue su patio trasero. Con pavimento empedrado, tumbonas y mesas de madera, es un remanso de paz donde descansar tras una buena caminata o un día dándole al pedal. Un gato blanco, gris y amarillo, hipersociable, da la bienvenida a esta parte de la masía como si fuera su territorio.
En este lugar el tiempo transcurre mecido por el viento y la quietud solo es interrumpida por el sonido extraño de un pájaro que suena como un racarrá.
Justo a 300 metros de la casa, por la parte trasera (donde también tienen piscina) se llega a la Vía Verde, lo que hace de este refugio el mejor escondite para amantes de vacaciones activas, pero sin sobresaltos. La vía verde tiene más de cien kilómetros, está asfaltada (aunque con muchas piedrecitas), y transita entre pinares, nogales y campos. Gracias a que una vez, hace muchos años, era la vía del ferrocarril que transportaba minerales, la pendiente de todo el trayecto es liviana, perfecta para bajar en bici desde el parque eólico de Barracas sin apenas dificultad pese a estar a unos 30 kilómetros de distancia.
El trayecto puede continuarse en dirección inversa hacia Jérica, poniendo las nalgas a prueba de baches en la bajada, y los músculos entumecidos en el regreso. Hasta el parque eólico, además, puede llevarte David, si le pilla de camino y con tiempo. Si no, facilita el contacto de una empresa que se dedica precisamente a eso, prestar bicis y llevarte lejos para que puedas llegar pedaleando a casa por módicos precios. Es una chulada hacer estos recorridos en bicis. Aunque por la falta de costumbre luego te duela todo, no sólo lo merece el paisaje, sino volver a sentirte como un niño en busca de aventuras.
La marcha, desde el parque de molinos de viento hasta Jérica, duró unas dos horas, con paradas para hacer fotos en sitios super chulos. La vía no sólo te regala vistas, también historias. Pasa por el viaducto de Fuensanta, por restos del Frente de Viver, donde combatió la 54 División republicana, el Alto de Ranudo, con la tercera división de Navarra, y atraviesas túneles en los que hay que ir con tiento por que en más de uno las bombillas están fundidas.
En la bajada, también se pasa por Caudiel, pueblo donde el eco de la guerra civil se escucha en las flechas por los caídos en España que luce la fachada de su iglesia, de esas en las que aún, en la entrada, reza un cartel que dice: Prohibido entrar al templo con hombros descubiertos o pantalón corto… no digo más.
Al final del trayecto, Jérica. Amable, en este pueblo uno puede visitar su torre, árabe, hecha con ladrillos de mil formas, y pasear -bici en mano- por su empinado casco antiguo. También repostar energía con un buen par de cervezas fresquitas en la terracita de la plaza que hay frente al arco de San Joaquín y Santa Ana. Eso sí, es «menester» no tomar más de una rubia, que el trayecto de regreso a la masía hay que hacerlo a pedal… y la ligera pendiente es cuesta arriba.
Lo bueno es que al llegar, te sientes como Indurain. Después, un buen baño, otra buena cena del gentil David, un merecido descanso, y al día siguiente, como nuevo. Listo para otra escapada por la zona antes de despedirse del puente o del fin de semana.
Ah!, ¿el precio? En temporada alta no es barato, pero tienen ofertas. Este mes de mayo ofrecen un interesante paquete con salida cicloturista y visita a una cueva con guía por 65 euros (precio adulto).
Qué maravilla Jérica, por favor visiten el Puente del Obispo Muñatones. Saludos.
En cuanto volvamos por vuestras tierras!!