Cada vez que llegaba el verano, antes de que todos nos desperdigáramos por el mundo con bodas, hijos, trabajos y obligaciones, mis amigos y yo organizábamos fines de semana en Gredos.
Como un ritual siempre salíamos más o menos a la hora y siempre llegábamos cuando había anochecido por demorarnos en exceso en la parada previa a Gredos para comprar las provisiones. Empezábamos la subida al monte de noche con linternillas en las cabezas hasta que nos cansábamos y dormíamos a ras la mar de contentos, pese a que muchas veces caíamos sobre enormes moñigos secos de cacas de vaca. Cuando eso pasaba, al despertar, nos echábamos unas risas y luego disfrutábamos con los paisajes fabulosos que nos traía la luz del día.
Nuestro destino final siempre era llegar a las pozas más altas de Gredos para bañarnos alejados de la gente. Era como estar en el paraíso. Fresquitas, nos calmaban los pies destrozados de caminatas de 6 horas por el monte. Llegábamos a media tarde y mientras unos nos bañábamos otros jugaban al ajedrez.
Hace casi un año que no veo a mis amigos. Y creo que hace un siglo que no voy con ellos a Gredos. Cada uno vive en una punta del planeta y tiene una vida radicalmente opuesta. Aún así, sé que el mejor plan que podrían proponernos a todos sería regresar juntos a aquellas montañas, dormir sobre secas cacas de vaca y bañarnos en las pozas de Gredos.
Por ello, al ver este post, tenía que compartirlo.