Lo más famoso de Trujillo es su plaza Mayor. Rectangular, con bares y restaurantes llenando el porticado que la acota, con la estatua del conquistador Pizarro a caballo vigilando un extremo y el Ayuntamiento, antiguo palacio, justo en el opuesto. Pero lo realmente excepcional que ver en Trujillo es su enjambre de callejuelas empinadas y empedradas que conducen a palacios, casas antiguas, iglesias y por supuesto un castillo ocupado por moros y cristianos durante siglos.
Precisamente por la inclinación de sus cuestas es una buena opción iniciar la expedición desde lo más alto e ir bajando. Puede llegarse al castillo andando y en coche, ya que tiene zona para aparcar, además del parking del hotel NH Palacio de Santa Marta, (inolvidable y fabuloso), que está a tiro de piedra de la entrada.
El castillo, emplazado en el denominado “cabezo de zorro”, es amplio, con murallas bien conservadas y restauradas, con particulares ramificaciones fruto de los 500 años en los que la fortaleza fue alcazaba de los fieles a los califas, que la llamaban “Torgiela”. Las murallas pueden recorrerse disfrutando de las vistas espectaculares de Trujillo y sus alrededores. También se puede visitar el aljibe y una pequeña capilla dedicada a la patrona del pueblo, la Virgen de la Victoria.
Bajando por una calle que parece conducir a extramuros, uno se topa con la Casa Museo de Pizarro. Se trata de una casa medieval del siglo XV cuya planta baja muestra cómo era un hogar en tiempos del conquistador y deja la primera planta para las gestas de éste.
En la planta superior, a través de vitrinas con imágenes, útiles y paneles, se repasa la historia de la conquista de América y de aquellos que vivieron la aventura. Recuerda así no sólo a Francisco Pizarro, sino también a los “13 de la fama”. Estos fueron quienes le acompañaron cuando decidió avanzar más allá de Panamá. “Al norte queda Panamá, que es deshonra y pobreza; al sur, una tierra por descubrir que promete honra y riqueza. El que sea buen castellano, que escoja lo mejor”. (Tras partir al sur, Pizarro conquistó Perú y con él, el Imperio incaico…)
Tras la Casa Museo encontramos el Convento de clausura de las Jerónimas. En él puede comprarse un delicioso bizcocho que sirven las monjitas a través de un tormo, así como perrunillas y otros dulces típicos de la zona.
Junto al convento está la iglesia de Santa María la Mayor, abierta fuera de horas de culto a los turistas, se izó en lo que una vez fue mezquita. Está llena de enterramientos y su “tesoro” es el retablo mayor. Por una escalera puede llegarse a la parte del coro, permitiendo así a los visitantes ver las tres naves abovedadas del templo desde lo más alto.
Callejeando por un empedrado centenario entre casas y palacios privados que no pueden visitarse, es fácil llegar a la casa donde nació Orellana. Reconvertida en hotel, ni aquí te dejan entrar hasta el punto de que no te abren la puerta aunque lo intentes si no eres cliente (el recepcionista, en su mesa, nos ignoró por completo cuando quisimos entrar a preguntar).
Tiene buena pinta el Museo de la Coria, antiguo convento de San Francisco el Real, pero sólo puede visitarse sábados y domingos, de 11.30 a 14 horas. Cerca está también el cementerio y, junto a él, otro palacio enorme privado y la puerta del Triunfo que daba acceso a la villa.
Bajando de nuevo por las enjutas callejuelas se llega a la Alberca o Aljibe árabe, que sí puede verse, y cuyo uso se cree que fue inicialmente para baños romanos.
También en el camino de descenso hasta la plaza uno puede contemplar las fachadas de la iglesia y puerta de Santiago, el Alcázar de los Bejaranos (privado) y el Palacio de Santa Marta (hoy hotel).
Una vez en la plaza, para comer, en el número 7 de la calle Sillerías sirven raciones generosas de lo más apetitosas (pedimos moraga –plato típico, pulpo a la brasa, revuelto y postres). De vino tienen Habla, bodega que ubicada a diez minutos en coche de Trujillo y que también organiza visitas.
Tras la comida y una buena siesta -sobre todo en verano en el que el calor es tremendo- puede visitarse la iglesia de San Martín y disfrutar, desde una terraza, con el ambiente de la plaza. Nosotros tuvimos suerte ya que las fiestas patronales empezaban y vimos cómo bajaban a su patrona desde lo alto del pueblo hasta la iglesia de la plaza, para seguir la marcha con orquesta. 🙂