En tercero de BUP elegí «Letras Puras» por un motivo: la mitología griega. Siempre me han apasionado las historias de aquellos dioses y sus transformaciones en elementos de la naturaleza para procrear con cualquiera. Un ejemplo es Afrodita. Diosa del amor y del deseo, se gestó con la espuma que formaron los genitales de Urano -castrados por su hijo- al caer al Mar. Según Píndalo, de las mismas profundas aguas que emergió Afrodita floreció la tierra que Zeus creó para el Sol, la isla de Rodas. Un lugar que nos regaló la grata sorpresa de ver su estampa amurallada aproximándose al amanecer.

Por primera vez el barco atracó en un puerto pegado a la ciudad, lo que aplaudimos ya que esta plaza fue la única para la que no contratamos ninguna excursión. A 200 metros del barco, la puerta de los Judíos de la vieja ciudad nos daba la bienvenida al pasado.
En cuando uno se adentra en él tropieza con un triste presente: el descuido y la suciedad. Muchos yacimientos parecen trastos tirados. Lo único que «amortigua» el golpe es que cada 100 metros te topas con restos monumentales haciendo que la ciudad te huela más a historia y a grandeza que a olvido. Y eso que, según descubrimos, una invasión romana, liderada por Casio destruyó gran parte de la ciudad llevándose como botín más de tres mil obras maestras de la isla. Un asedio que se repetiría años después por la flota del califa Carún al Rashid y por el emperador bizantino Alexios I. La isla del Sol fue pasando de mano en mano, hasta por las de los cruzados, caballeros de la Orden de San Juan de Jerusalem, a quienes terminaron llamando los caballeros de Rodas.
Provistos de un mapa fuimos a su Hospital, lugar que servía para alojar a peregrinos y cruzados. El edificio está muy bien conservado y en él se ha montado el Museo Arqueológico de Rodas. (La entrada costó apenas 3 euros).
Después tomamos rumbo al Palacio de los Grandes Maestres, acrópolis de los caballeros. El lugar es un museo gigante que requiere un mínimo de una hora para ser visto dada la ingente cantidad de tesoros que guarda. Bajo sus cimientos está también está el antiguo templo de Helios.
Recorrimos la calle de los Caballeros mirando las posadas de las distintas «Lenguas» y callejeamos hasta llegar a la plaza Hipocrates, llena de tiendas, y a la calle Pitágoras, entrada alucinante de un puerto para recordar.
Se dice que en ese lugar estuvo antaño el coloso, la gigante estatua que representaba al rey Sol con una antorcha encendida y las piernas abiertas, haciendo de arco de entrada del puerto. Hoy, simbolizando los puntos de apoyo de sus pies, hay dos columnas con un ciervo y una cierva en cada una de sus cimas. Junto al puerto hay muchos restaurantes y tabernas donde tomar un tentempié. Así lo hicimos, viendo que a lo tonto habían pasado nada menos que seis rápidas horas desde que pisamos tierra. Probamos algo típico, el «tzatxiki«, mientras nos ilustrábamos leyendo un pasquín que hablaba del fin de la Orden de los Caballeros en Rodas, cuando entregaron la ciudad al turco Suleimán el Magnífico.
Después regresamos despacio, despidiéndonos de una ciudad y una isla a la que nos prometimos volver.
Que bien se os ve…Si lo leyera Dña. Concha, tu profe, seguro que le encantaría…
Creo que voy a tener que hacer el mismo crucero que vosotros y llevarme tu blog en el bolsillo
Porque no quepo, que si no me metía en tu bolsillo también y hacía de guía 😉 Es para repetir. Aunque de momento, estamos ahorrando para ver si podemos algún día hacer otro por rusia… que ese también promete