
Érase una vez una tortuga boba. No es que fuera tonta, es que alguien optó, un día cualquiera, por llamar así a su especie y así se quedó, «boba». Esta tortuga en concreto tenía nombre. Se llamaba Capicúa. Su madre se lo había puesto porque nació un día y un mes con cuyos números podían leerse igual de derecha a izquierda que de izquierda a derecha, el día 11 del mes 11.
Vivía con su familia en el mar Mediterranéo más contenta que unas pascuas, pululando feliz por las profundidades junto a su madre y hermanos. Pesaba 4 kilitos de peso (casi nada comparada con su madre que pesaba 150 kilos).
Lo que más le gustaba a Capicúa de las idas y venidas era encontrarse, de vez en cuando, con otras tortugas. Como cada vez ocurría menos, cuando pasaba hacían grandes fiestas en las que invitaban también a pececillos, delfines y hasta a los pocos caballitos de mar que, como ellas, estaban desapareciendo.
Se reunían en lugares protegidos, en medio de las grandes praderas de posidoneas, y en ellas las tortugas más gordas, más incluso que los leones marinos, hablaban de los viejos tiempos.
Contaban historias increíbles que les habían transmitido sus antepasados. Hablaban de una época en la que había miles de tortugas en el mar que podían nadar sin ton ni son ni peligro de ser capturadas por enormes redes. Un tiempo en el que las playas estaban vacías y limpias, donde iban sin problemas a poner huevos y criar. Un pasado en el que las medusas eran medusas, ricas para el paladar, y no esas insípidas bolsas de plástico, que lo parecen, pero que te hacen enfermar.
Tras esas fiestas Capicúa no podía remediar seguir su viaje ensimismada imaginándose que vivía en esa época. Tan distraída nadaba viéndose entre cientos de tortugas que un día, cayó. Capicúa se enredó en una enorme red de la que no supo salir. Del susto perdió hasta el conocimiento…
…Cuando despertó, pensó que aún soñaba. Estaba en un sitio como el mar pero que no era el mar y encima rodeada de humanos. Ella no lo sabía, pero estaba en el Oceanario de Lisboa. Hasta allí llegó gracias al pescador de Castellón que la cazó, que hizo lo posible por que se pusiera de nuevo bien. ¡Era verdad que los humanos ya ayudaban las tortugas que cogían sin querer! Tenía que decírselo a su madre, ¿pero cómo? La daban de comer y la cuidaban mucho en ese nuevo hogar ,pero no la dejaban hacer lo que más le gustaba, ir de un lado a otro. En este otro lugar la obligaban a vivir una vida para la que no había nacido. Hasta le habían cambiado de nombre, llamándola «Mel«.
Lo que no sabía era que los humanos tenían un super plan para ella. La iban a liberar. Y no en un sitio cualquiera, sino en las aguas de un lugar llamado Sierra Helada, en la bahía de un pueblo llamado l’Alfàs del Pi, donde nadie podía pescar y uno podía vivir para siempre entre inmensas praderas de algas y rodeado de delfines y animales del mar.
Eligieron el día 12 de junio para liberarla. Llegó medio adormilada del viaje en furgoneta pero enseguida se despertó al escuchar las olas.
Lo primero que vio fue la cara de Juanito. Ella no lo sabía, pero Juanito fue allí como parte de su regalo de cumpleaños. Cumplía 11 años, ¡también un número capicúa! Verle tan feliz mirándola, mientras le hacía miles de fotos, le hizo saber de forma inmediata que iba a pasar algo muy, pero que muy bueno.
Junto a él había más gente con más cámaras y a un lado, un montón de focas muy raras y muy marrones mirando también. Por eso Capicúa, de frente o de reojo, se pasó el rato mirando a Juanito, que jamás había visto una tortuga tan grande. ¡Capicúa ya pesaba 23 kilos!
Luego alguien la levanto, la paseó frente a todos y al girarla… ¡el mar! No puede ser, ¡el mar! Y lo supo. ¡La iban a liberar! ¡La iban a liberar!

El señor la puso sobre las piedrecitas cerca de la orilla. ¡Estaba en una orilla de verdad otra vez! Ay, no se lo podía creer. Dio un paso. Luego otro. Pensó: ¡Nadie me para! Y siguió hasta tocar el agua. En segundos, todos la vieron desaparecer. Nadó y nadó, rumbo a esa libertad que tanto tiempo llevaba soñando.
PD: He olvidado contar que lo que no sabía Capicúa era que los humanos habían puesto una cámara en su coraza porque ninguno se quería perder las aventuras que le quedaban por vivir. Pinchando AQUI puedes seguir a Capicúa, oficialmente llamada Mel. Otra cosa, ¡Felicidades Juanito!
Me ha encantado
Estoy pensando que escribirte….mientras se me borra esta sonrisa idiota de la cara. Seguramente cuando Juanito vuelva del cole y lo lea, saltará por toda la casa gritando; » Zoyyyy famozooo «. En cambio, yo lo que pensaré es que eres una TIA ESTUPENDA , que escribe de maravilla y que ha hecho feliz a un niño que necesita sentirse parte del mundo.
¡ Te queremos ! 🙂
¡Preciosa historia! ¡Gracias a toda esa gente que todavía se preocupa por el mar!
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Que cuento tan bonito Raquel, seguro que le ha encantado también a Juanito.
FELICIDADES a los dos !!!
Que historia tan requetebonita, la intento seguir, pero tengo problemas con la pagina, lo intentare después, felicidades por este cuento real. Besos
Muy lindo cuento!!
Gracias Parmelyn, ahora lo es más con tu preciosa tortuga.
No había visto la ilustración, queda de perlas.
Besos a las dos