No había amanecido cuando las campanas de la iglesia fortaleza de la Asunción, en La Vila, repicaban agitadas dando la alarma. Los cañonazos se hicieron intermitentes y del mar emergieron humo y sombras. Eran naves sarracenas aproximándose decididas a librar batalla. Era la llamada al Desembarco, el acto más significativo de los Moros y Cristianos de la Vila Joiosa.
El olor a salitre, pólvora y aceite quemado de antorchas y candiles guiaba el camino hasta la playa Centro, epicentro de la contienda. Por el carrer la Mar bajaban todas las tropas cristianas ante las campanadas de alarma.
Junto a sus trajes coloridos se mezclaron turistas y vecinos de ojos perezosos y soñolientos que ocuparon más de 300 metros del paseo marítimo. Desde él no se perdieron un momento del espectáculo que ofrecía el acto más vistoso de los festejos, por el que lograron también la calificación de Interés Turístico Internacional.
En el paseo también estaba la reina Almogàver, Aitana Morales, quien desde lo alto del castillo seguía con la mirada a sus tropas, dispuestas y preparadas para encarar la batalla con el peligro infiel que se acercaba.
Sobre la arena solo había cabida para los cristianos. Los festeros de la Cruz aguardaban al bando embarcado a mitad de la noche dispuestos a simular, un año más, el combate originado en el ataque realizado por hordas argelinas a la Vila Joiosa en el amanecer del 28 de julio de 1538.
Sobre las seis de la mañana los barcos estaban ya a pocos metros de la costa, silueteados gracias a la luz de diez focos de 8.000 vatios de potencia, y a la que emanó también de la figura, alzada sobre las aguas, de Santa Marta.
De entre los navíos apareció un llaud dispuesto a llegar a tierra. Ondeaba la bandera blanca y en él llegaba Juan Llinares Pérez, Emisario del Rey de los Moros de Capeta, Miguel Llorca Soriano.
Los soldados de la Reina Almogàver lo recibieron vendándole los ojos para llevarlo ante el gobernador y la soberana. Traía un mensaje de su califa: rendición o muerte segura de unos cristianos que no se mostraron dispuestos a dejar las armas. La guerra estaba decidida.
El emisario regresó a la embarcación para ir de nuevo al barco del Rey Moro. Pero este año su regreso fue inviable al estar el llaud lleno de agua. Así pues, Juan Llinares hubo de hacer la señal de guerra desde tierra, entre los estruendosos sonidos de los arcabuces y cañones.
Desde la orilla aguardó a su amo y lo recibió feliz para liderar el ataque.
Para entonces ya amanecía y muchos de los 3.000 festeros que participan en estas fiestas estaban combatiendo en la orilla tras un encuentro entre tropas lleno de emoción y adrenalina.
Con el sol sobre el cielo, el acto se desplazó al castillo, donde el bando de Mahoma, tras la lucha, expulsó a los cristianos de la fortaleza.
La reconquista
En la tarde, recobradas las fuerzas, tuvo lugar la reconquista del castillo en la plaça de San Pere, en pleno paseo de la playa Centro. El combate entre moros y cristianos se libraría pasadas las 20 horas, después de exigir en la Embajada cristiana, la rendición de los de la Media Luna.
Un año más, de forma simbólica, los moros fueron arrojados al mar para emular la victoria. Tras el acto, todos los festeros subieron por las empinadas calles del colorido casco antiguo vilero para concentrarse en la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción para agradecer a su patrona, Santa Marta, los momentos vividos durante sus días grandes. 21 salva de honor en presencia de los Reyes Moro y Cristiano 2013, en la plaza de la Generalitat, cerró el día.
Para ver un reportaje del NODO sobre los Moros y Cristianos, pinchar AQUÍ.
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