Escapada por los pueblos más bonitos de la sierra de Francia (Salamanca)

La Alberca es posiblemente el pueblo más conocido de la Sierra de Francia, pero no es el más bonito. Es misión imposible elegir uno de los que proponemos en esta ruta:  San Martín del Castañar, Mogarraz, Montemayor del Río… y la Alberca, por supuesto. (Nos dejamos otros que por falta de tiempo no pudimos ver en una jornada de un día)

Hacer la ruta de estos pueblos por las serpenteantes carreteras de la Sierra de Francia es todo un acierto, pues por ellas se atraviesan bosques, puentes y ríos. Todo envuelto en una frondosa y sorprendente vegetación. Sin embargo no es la verde similitud con los Pirineos lo que le dio el nombre, sino el mote por los muchos galos que poblaron las tierras.

Carretera en la ruta entre los pueblos de la Sierra de Francia… salamantina

San Martín del Castañar

El primer pueblo que recomendamos es San Martín del Castañar. El parking está a la entrada del pueblo, de recorrido fácil a pie. Al inicio un gran cartel marca los puntos de interés: plaza mayor, plaza de toros, puente, iglesia con su campanario como pegado como superpuesto al resto del edificio…  pero es el conjunto de todo, entretejido con cuidadas casitas llenas de flores, lo que hace a San Martín del Castañar un lugar de obligada visita. También es divertido por los letreros, en madera (ya sean carteles o macetas) que rescatan dichos populares de lo más pintorescos.

Al recorrer el pueblo es fácil ver a los vecinos sentados en las entradas de sus hogares preparando canastos o legumbres similares pero distintas: arrocina, riñon, granja, carillas, roja, verde, todo un mundo de habas. Tras pasar la iglesia se llega a la plaza de toros de piedra y madera. Junto a ella, «Bolosea», el Castillo de la Biosfera. Una vieja fortaleza bien cuidada que alberga sala de exposiciones, centro de interpretación, tienda, terrazas panorámicas y un cementerio lustroso en el que las señoras se afanan en barrer y limpiar bien las lápidas, aunque pille muy de lejos el Día de Difuntos.

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Para tomar algo además de algún bar, puede uno comprar dulces típicos en una tiendecita que hay junto a la iglesia, donde también hay una fuente de agua potable. Para saber dónde alojarse o comer también puede visitarse esta web turística .

Mogarraz

Mogarraz aguarda unos kilómetros más adelante como un pequeño tesoro escondido. Un pequeño folleto adelantaba que se diferenciaría de las otras poblaciones porque sus edificios tienen más granito y sus calles muchas escaleras y pasadizos. No decía lo que más llama la atención: los rostros de sus vecinos. No los de ahora, los que antaño fueron jóvenes y posaron para sacarse fotos para los DNI que necesitaban para emigrar a trabajar a Francia o Alemania…  Unas fotos rescatadas muchos años después por un artista local, que las estampó en las fachadas pintándolas sobre chapas que, a buen seguro, ya no se descolgarán.

 

Los más de 300 carteles impactan y sorprenden en cada edificio. Colgados de las casas de sus moradores, con las ropas de hace cuarenta años, los vecinos te observan y parecen contarte sus vidas. Tras un rato andando, te parece además que has conocido a alguno en otra vida.

 

Sólo pasear para disfrutar de esta obra de arte dispersa por las fachadas merece su tiempo. También puede visitarse un museo, la plaza del ayuntamiento, la ermita… y descansar en alguna terracita escondida con panorámicas.

La Alberca

Declarada conjunto histórico en 1940, La Alberca es la capital turística de toda la zona. Es difícil numerar las tiendas de souvenirs que se suceden en cada calle y el número de restaurantes donde degustar generosos platos de la zona. El tiempo pasa de sólo mirar la artesanía de los escaparates y la bollería tradicional que se vende publicitada sobre telas bordadas: rosquillas Teresina, rosquillas de anís, turruletes. También adulan en puestos artesanos almendras garrapiñadas y otros dulces de infancia.

La plaza mayor es lo más típico de La Alberca, aunque de nuevo lo atractivo es el conjunto, el todo. Pequeñas calles, pavimento empedrado, puente y riachuelo y flores para colorear un poco el gris de las fachadas.

Nos resultó difícil elegir lugar donde comer de tanta variedad como había. Finalmente lo hicimos en uno que estaba casi vacío llamado «La Catedral». Lejos de vaticinar un desatino la ausencia de comensales, fue el gran acierto. Pedimos un menú del día para cada uno y tres menús de niños. Todos tuvimos que llevarnos ingentes cantidades de deliciosas sobras en «tuppers» de plástico fino que nos apañaron en el restaurante. A día de hoy, seguimos sin comprender cómo estaba tan vacío, pues además de comer genial tienes una panorámica genial de la plaza Mayor , desde la primera planta.

Para bajar la comida terminamos de recorrer el pueblo, encontrándonos con el «marrano» pétreo que recuerda una de las tradiciones más populares de la localidad: la de soltar un cerdido tras ser bendecido en junio y dejarlo pulular libremente -cencerro en cuello- para sacrificarlo en enero por San Antón. Tiene también, para los que quieran pasar más días, rutas senderistas por los alrededores muy fáciles de seguir gracias a las guías de su web municipal.

Montemayor del Río

No hay mejor final para el viajero que aquel que considera su hogar. Nuestro final de ruta (dejándonos por ver Miranda del Castañar y algún otro pueblo más por falta de tiempo) lo culminó Montemayor del Río.

Allí vimos despedir el sol desde el castillo del paraíso, lugar reformado donde puedes relajarte tomando una copa en su patio de armas, para cenar como un rey y dejarse caer después, calle abajo, hasta la casa rural…

Puente de Piedra del río Cuerpo de Hombre, a su paso por Montemayor del Río

«Casas caseras, de piedra de berruecos serranos y de madera, madera renegrida por las lluvias y por el humo de los hogares, aquellas casas que abrigan bajo los anchos aleros de sus tejados, un mundo de recuerdos cotidianos… la eternidad de la costumbre».

Miguel de Unamuno. Andanzas y visiones españolas. 1922

Castillo de Montemayor del Río

 

 

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