Un día en el Zoo de Madrid: volviendo a ser niños

Tras apenas cinco minutos descendiendo por un caminillo junto a los árboles de la casa de campo tras salir del metro, está la entrada del zoo de Madrid. Desde fuera puedes ver que tiene sus años. Lejos de mostrarse pulcro, reluciente y colorido, como los nuevos parques de animales que abren en otros lugares como el de Terra Natura en Benidorm, el zoo de Madrid tiene dentro y fuera una sombra viejuna que inspira cierta tristeza y mucha melancolía. Una vez en taquilla nos dispusimos a adquirir las entradas tras una corta pero lenta cola. Las entradas pueden comprarse on-line, pero si quieres un descuento especial, como el de familias numerosas, es mejor hacerlo directamente allí porque en la página web te lías un poco.

 

Una vez dentro, aquellos que visitamos el zoo de niños volvemos a la infancia. Traspasar el umbral es como regresar al pasado, contagiando fácilmente tu ilusión a los niños. Caminando por uno de los senderos llegamos a una zona con ciervos y animales comunes en la península. Después, los más famosos del zoo: los osos Panda.

La llegada de esta especie al parque la relata un cartel descolorido próximo a la entrada. Fue durante un viaje oficial a China, en 1978, cuando el gobierno del país regaló a los Reyes de España dos pandas gigantes llamados Shao-Shao y Chang-Chang, que imagino que son los que mi hermano Saúl y yo vimos hace décadas. De ellos nació Chulín («tesoro de bambú»), el primer Panda Gigante de Europa, recordado en una escultura de piedra colocada poco antes del acceso al puentecillo desde el que puedes ver los actuales. Aunque tienen una zona al aire libre, el día estaba fresco y quizá por ello los vimos a través de unos ventanales en un habitáculo lleno de hojas de bambú donde retozaban y comían, algo a lo que al parecer dedican hasta 16 horas al día, dadas las grandes cantidades que tienen que ingerir de esta planta por su poco aporte nutritivo.

 

Esa cualidad, obviamente, la leímos en un panel explicativo. El zoo está lleno de ellos para que niños y mayores aprendamos más sobre los animales del parque.

 

Un gran rinoceronte nos sorprendió después, y un animal muy, muy raro que era como un oso hormiguero obeso con cara de koala llamado «tapir malayo».

 

Más adelante, además de cervatillos y animales más comunes de la península, encontramos un acuarium al que hicimos poco caso por haber estado más recientemente en otro. En este también hacían espectáculos con leones marinos y focas grises. A éstas últimas me encantó verlas. Me recordaron la vida en Svalbard. A los más pequeños les gustaron los pingüinos.

Después llegaron los felinos. Tigres de aspecto peligroso y un apacible -de lejos- tigre de Bengala con su pelaje blanco.También leopardos, linces y leones.

Tras ellos, y unas cabras con muy mala leche, llegó una visión espectacular. Las jirafas. Un montón de jirafas pastando junto a cebras y dromedarios con el skyline de Madrid de fondo. Supuestamente puedes hacerte una foto con la jirafa pero no había ningún cartel que dijera hora ni nada. Tampoco – por cierto- funcionaba ninguna máquina expendedora de bebidas y echamos en falta más bancos para sentarse.

Los gigantes hipopótamos llegaron más tarde. Decidí empezar a preguntar a los niños curiosidades de cada uno para esforzarles en leer los carteles. Gracias a ello aprendimos que está emparentado con los delfines y las ballenas, aunque estos son algo más guarretes, pues para marcar su territorio esparcen por el agua a su alrededor las heces.

Los monos de culo rojo (que daba dolor ver) estaban más tarde en una especie de foso. Llegamos justo cuando les estaban alimentando y era un espectáculo. Los más listos saltaban a lo bajo del foso donde los demás vagos no accedían. Los más fuertes se peleaban. Y todos gritaban y miraban desafiantes.

Mucho más amable fue ver después a los gorilas. Me pareció muy pequeño el lugar donde estaban. En general da pena ver a estos animales en cautividad, aunque la mayoría a día de hoy no ha vivido en otro sitio, de manera que no saben lo que se pierden, y nosotros no podemos viajar a todos los lugares de donde provienen. Los orangutanes están algo más adelante, próximos a donde habita el que sí es un verdadero oso hormiguero que pululaba como intentando pasar desapercibido. También en otro recinto pudimos ver chimpancés.

Los elefantes son también la gran atracción. Están cerca de una estatua que recuerda al gran Féliz Rodriguez de la Fuente, junto a sus lobos.

Tras el amistoso oso negro americano, llama muchísimo la atención un oso rarísimo. El oso malayo. Parece que todos los animales malayos tienen caras de lo más extrañas… Uno de ellos estaba además ciego de al menos un ojo.

Próximos al final del recorrido llegó para mi lo mejor de todo. Los osos pardos. Es imponente ver estos gigantes a escasos metros. Parece que van a saltar el foso en cualquier momento, pero en lugar de eso les gusta sentarse en el borde y hacer señales para que les lances comida. Nos quedamos un buen rato observándoles.

Los animales de la Península Ibérica despiden al visitante. Lobos, linces ibéricos, cabras, águilas… Y como curiosidad, el jaulón de la casa de fieras del retiro, el primer «zoo» de la capital mandado construir por Carlos III para mostrar los pumas, tucanes, monos y otras especies de las que una vez fueron colonias americanas. En un cartel sucio puede leerse sin embargo que cuando tuvo mayor esplendor fue tras la Guerra Mundial, pues recibió animales evacuados de distintos zoológicos europeos. Una buena historia para un guión.

El jaulón se mantiene como homenaje a aquella casa de fieras, desaparecida con la apertura del zoo en la casa de campo en los años 70.

Tras estos últimos animales, regresamos raudos al centro de Madrid muertos de hambre. Apenas habíamos llevado unos sándwiches de almuerzo, esperando poder comer en el zoo, pero fue misión imposible. Todos los restaurantes (dos) tenían muchísima gente esperando largas colas y las mesas con bancos para comer son insuficientes, con lo que nos quitaron las ganas de quedarnos allí. Sin duda, el tema de los servicios y la restauración en concreto es algo que deberían mirar mejor. De ser así hubiéramos pasado también un rato por la zona de granja, pero el hambre nos pudo.

En todo caso, volver al zoo tras más de 30 años fue un acierto y a los niños les gustó muchísimo más que cualquier otro parque de animales menor al que les hayamos llevado, pese a que luzcan nuevos y con mejores servicios.

 

2 comentarios en “Un día en el Zoo de Madrid: volviendo a ser niños

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