Hasta Villajoyosa (Alicante) desde julio no cesan de llegar buceadores de toda España para participar hasta final de agosto en una visita subacuática excepcional: la del pecio romano Bou Ferrer.
El anuncio a comienzos de verano de rutas guiadas al carguero romano hundido hace unos 2.000 años -con miles de ánforas y lingotes de plomo en su interior- ha generado tal expectación entre los aficionados al submarinismo que hay lista de espera para participar en las inmersiones.
No es para menos. No se baja sólo hasta la profundidad del mar para ver el único barco romano del Mediterráneo accesible a buceadores, sino que la ruta llega hasta las tripas de Vilamuseo, hasta el lugar donde los técnicos estudian cada pieza del viejo navío.
La ruta empieza ahí, en un sótano frío donde aguarda el pasado…
El grupo es recibido por el edil de Cultura, Pepe Lloret, el director de Vilamuseu, Antonio Espinosa, y el profesor de la UA, José Antonio Moya. Por sus caras, los buceadores no esperan una sala así.
No hay urnas, no hay expositores, no hay carteles de «prohibido tocar». Es el laboratorio, el lugar del trabajo científico, el invisible a inauguraciones y presentaciones, el espacio donde el arqueólogo empieza a narrarles una fabulosa historia.
Espinosa arranca con el descubrimiento del pecio por dos miembros del Club Náutico de Villajoyosa, entidad que junto al Ayuntamiento, la universidad, la Diputación y la Generalitat participa en el proyecto. Tras explicar cómo dieron con él, inicia el relato. «Navegaba a 70 millas de la costa cuando tuvo un problema… su tripulación intentó entonces llevarlo hacia el último puerto romano de la península Ibérica, el de Villajoyosa, para salvar la carga y el barco, pero tras recorrer cien kilómetros se quedaron a uno de tierra, por esto está solo a 25 metros de profundidad, haciendo posible su excavación, como no ocurre con otros localizados a 200 metros…».
La carga era del emperador. «Creemos que de Nerón, por la vajilla de la tripulación, construida en Francia y no en el norte de Africa, que es donde se elaboraba después….». Llevaba unas 3.000 ánforas de salsa de pescado «muy cotizada en época romana» y cada ánfora llevaba 40 litros de esa carísima salsa. Los lingotes, los más grandes encontrados del mundo romano: ¡«Cada uno 70 kilos!».
El entusiasmo del arqueólogo contagia al grupo. Embaucado, los buceadores le escuchan en silencio mientras palpan los recipientes, huelen la resina de pino con la que recubrían su interior para que la salsa no se pudriera y observan la colocación de las vasijas para el transporte marítimo.
La historia continúa en un amplio despacho. Sentados alrededor de un ordenador, el técnico revela lo que ocurrió con otros barcos naufragados que han sido investigados e incluso extraídos del agua a lo largo de la historia.
Habló del pecio de Calígula, hundido en el lago Nemi de Italia, que vaciaron para «musealizarlo». El barco era espectacular y como no lo podían mover, tras vaciar el lago construyeron sobre el barco una gran nave que hizo de museo para protegerlo. Pero con los años, la madera empezó a pudrirse. Poco a poco constataron que por más ungüentos que le echaran para salvarla se deterioraba cada día más. Finalmente, su fin fue mucho más rápido, desapareciendo bajo las bombas en la II Guerra Mundial.
Nos contó la historia de Vasa, el inmenso buque sueco del siglo XVII. Puede visitarse en un museo espectacular en Estocolmo. Se hundió el mismo día que se inauguró, el 10 de agosto de 1628. Cuando el buque se deslizaba lentamente hacia la bocana del puerto, El Vasa se escoró, el agua comenzó a entrar por las cañoneras y se fue a pique frente a todo el público que acudió a verlo partir. Unos dicen que fue porque se puso demasiada carga de cañones donde no debía, otros que sumado a eso, se unieron «las circunstancias»: toda la tripulación -unos 200- acudió al mismo lado para despedirse de la gente del puerto. Era el lado donde estaban los cañones más pesados y en ese momento ayudó a terminar de desequilibrar la nave una fuerte racha de viento… El caso es que ElVasa se hundió y 333 años después lo extrajeron del agua para musealizarlo también. Desde entonces, cuesta un dineral mantenerlo, pues su madera fuera del agua también se está pudriendo.
Y nos relató la extracción del Mary Rose. El buque inglés favorito de Enrique VIII, hundido en 1595, que sacaron de las profundidades en 1982 junto con más de 20.000 objetos en 1982. Su extracción fue un hito para la investigación arqueológica y actualmente los restos son conservados en Portsmouth, Inglaterra, donde pueden ser vistos junto con un tesoro de artefactos hallados en el lugar del naufragio. Eso sí, también están gastando un dineral para secar el barco sin que la madera se pudra…
Tras la clase de pecio, el grupo es guiado hasta el club náutico y Ali-Sub, el de submarinismo que colabora en el proyecto. El profesor de la Universidad de Alicante da las últimas instrucciones sobre el «abordaje» submarino.
Diez minutos tras dejar puerto, la zodiac llega al final de la visita: el mar, tú y 20 minutos flotando junto a un pecio imperial cargado de historia que acaba de ser declarado Bien de Interés Cultural.
Por cierto, en el restaurante Hogar el Pescador sirven un plato llamado Bou-Ferrer y nuestro amigo Romá, el de las «pipas de bacalao» del Mercado municipal, ha creado una salsa Garum romana en toda regla 😉
El origen del Pecio
Las investigaciones realizadas en el pecio romano Bou Ferrer apuntan a que pertenece un grupo de pecios naufragados y hallados en el mismo puerto de Neapolis (Nápoles).
En el Mediterráneo romano existían varías tradiciones ancestrales para construir naves. Los carpinteros de ribera (fabri navales), agrupados en colegios profesionales (collegia) construían las embarcaciones aplicando las mismas técnicas que les enseñaron sus maestros. Era un colectivo muy conservador y estricto, ya que en el mar los errores en la construcción de un barco se pagaban con vidas y cuantiosas pérdidas.
La construcción de los barcos por diferentes colegios de carpinteros daba como resultado embarcaciones muy parecidas a nivel general, pero muy diferentes en el detalle. Los directores del proyecto de investigación Bou Ferrer, Carlos de Juan y Franca Cibecchini, han descubierto que en el Bou Ferrer para unir las cuadernas al casco se utilizan cabillas (tacos o clavos de madera) algo cónicas, que se alternan con un refuerzo de clavos de hierro colocados desde el exterior del casco por el método llamado a punta perdida, es decir, que no atraviesan las cuadernas totalmente, de dorso a dorso. Esta técnica, diferente a otras, pertenece a la tradición del entorno del mismo puerto de Neapolis, como demuestran una serie de pecios (Napoli A, B y C) naufragados en la dársena de esta importante ciudad. Estos pecios napolitanos, al ser embarcaciones menores, relacionadas con las actividades portuarias (p. ej. la barca de transvase de mercancías entre el puerto y los barcos fondeados, llamada horeia), se construyeron con seguridad en el entorno del referido puerto y presentan una misma técnica para unir las cuadernas al casco, justamente la que ha sido observada en el Bou Ferrer, lo que permite a los arqueólogos situar geográficamente el astillero/s de construcción de éste y otros pecios, cuyas arquitecturas navales pueden ponerse en relación.
Todo el sistema comercial marítimo en Hispania estaba organizado por la elite de Roma, la llamada clase senatorial (la clase social más elevada), pero de una manera encubierta por considerarse una actividad poco digna para ellos. Por eso, la realizaban de forma indirecta a través de agentes comerciales (negotiatores). Los armadores de los barcos son de Campania y las naves son de astilleros de su zona, entre Roma y Nápoles.
Artículo ampliado del pueblicado en Informacion
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